Las casualidades que nos trae la vida no nos lo ponen fácil a la hora de luchar contra nuestras inercias y obsesiones. Entre las múltiples que padezco hay pocas confesables, una es la de escaparme al Museo Sorolla cada vez que me paso por Madrid. Normalmente, excuso mentalmente mi reincidencia recordando la gran maestría del pintor valenciano y la paz que se respira en los jardines del recinto. Para mi última v ...