Y de repente, un mensaje. Un WhatsApp. Un miércoles. A las 21:33. Ni un minuto antes, ni uno después. Un mensaje que te pega un guantazo a mano abierta. De esos en los que sientes cómo los cinco dedos, bien tensos y firmes, se incrustan de tal forma en tu rostro que su huella permanece en la mejilla incluso cuando ya no están. Y no. No hablo en boca de Chris Rock a quien todavía le debe estar palpitando el moflete por el tortazo más sonado de la historia de ...