De las guerras mundiales, yo siempre digo dos cosas: que no hay dos sin tres y que una saga se queda coja si no se cierra la trilogía. La tensión entre Rusia y Ucrania está en máximos históricos por el flirteo ucraniano con la Unión Europea y la OTAN, y el ataque de celos de Putin, el arquetipo de ex tóxico. Ahora mismo se paga a 1,01 en las casas de apuestas la intoxicación por polonio de Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano. Estados Unidos ve probable la invasión de Ucrania y tiene pruebas de que Rusia está acumulando efectivos en la frontera. La reacción occidental no se ha hecho esperar, Margarita Robles ha enviado dos cazas y una cabra a Bulgaria y el Barça ha puesto a Dembelé a disposición de la OTAN. Mucho cuidado con ir contra los rusos que se le dan bien las guerras mundiales practicando el catenaccio, replegarse atrás y salir a la contra cuando el enemigo esté cansado.
Ahora mismo no está claro si Putin tiene ganas de jugar al Risk o el movimiento tiene un carácter disuasorio, como cuando en un amago de pelea dos tíos se gritan “sujetadme que lo mato” mientras se alejan entre ellos. El conflicto ucraniano ha compartido protagonismo en Twitter con la letra del nuevo single de Rosalía, que no ha sabido complacer a las plumas más exigentes: “Te quiero ride como a mi bike. Hazme un tape, modo spike. Yo la batí hasta que se montó. Lo segundo es chingarte, lo primero Dios”. Hay quienes perciben en sus versos una despiadada crítica al materialismo y la banalidad de las sociedades postindustriales, inspirada en el primer Baudrillard, y quienes creen que se la ha escrito su sobrina pequeña. En esto, como entre rusófobos y rusófilos, no hay término medio.
Esto ha sido lo mejor de la semana en Twitter: los hashtags de hoy son #Putingrado y RosalíaDeCastro.
Y los virales de la semana van de ligues. Por un lado Daniel Fernández, el chico que está arrasa en Twitter reaccionan a tutoriales de TikTok para aprender a ligar. Por otro, un chaval que se ha hecho viral tras grabarse aconsejando a las chicas sobre cómo complacer a un hombre en una conversación. Un ejemplo clarísimo de masculinidad débil.
