Con motivo de la intervención de Coopeservidores, es relevante someter a consideración algunos atributos críticos de las cooperativas de ahorro y crédito que responden a lo que podría calificarse de desnaturalización del espíritu cooperativo.
La esencia de una cooperativa es reunir a personas que con sus recursos contribuyan a propiciar una sinergia que en economía se conoce como economías de escala. Es decir, para un productor pequeño, el costo de los insumos puede resultar elevado, pero en asociación con otros ese costo se reduce gracias a la posibilidad de comprarlos en grandes cantidades.
Algo parecido sucede en las cooperativas de ahorro y crédito, en las cuales los asociados participan en el capital y aportan ahorros que permiten otorgar préstamos en condiciones más favorables, en teoría, que las ofrecidas por los bancos.
El espíritu cooperativo sigue vigente en la letra de los estatutos de estas organizaciones, pero se ha contaminado por varios factores. En primer lugar, la regulación financiera medía, hasta hace poco tiempo, con la misma vara a las cooperativas y los bancos, aunque ambos sean diametralmente opuestos en cuanto a sus objetivos.
A las cooperativas se les exige rentabilidad, solvencia, gestión de riesgos, tecnología y otros de igual manera que a los bancos.
Tales demandas han llevado a varias de ellas a incursionar en productos y mercados que no son de sus competencias. Y, como han tenido que buscar elevar la rentabilidad, también se han visto en la necesidad de ofrecer productos que no se corresponden con el cooperativismo, como por ejemplo tarjetas de crédito y pólizas de seguros, para los cuales carecen de conocimiento, capacidad presupuestaria y tecnología.
La búsqueda de mayor rentabilidad también impulsa el afán de colocar los recursos mediante créditos a asociados de alto riesgo, lo cual les pasó factura durante la pandemia.
No solo se redujo su rentabilidad a raíz de la pérdida de intereses, sino también debido al aumento del gasto por las estimaciones del deterioro de la cartera. Esto último también se incrementó por el cumplimiento del precepto legal de que el salario líquido de un deudor no puede quedar por debajo del salario mínimo, una vez consideradas las deducciones obligatorias y las de los créditos.
Varias cooperativas se vieron entonces en la obligación de eliminar la deducción automática de las cuotas crediticias, y eso desembocó en un aumento sustancial, en algunos casos, de la morosidad de la cartera de crédito.
La necesidad inducida por la regulación de mantener una rentabilidad alta podría haber incitado a varias cooperativas a contratar gerentes generales provenientes del sector bancario.
Estos gerentes tienen mentalidad bancaria, no cooperativa, y ello se ha reflejado en estrategias comerciales centradas, principalmente, en aumentar la colocación de crédito para convertir en “líder” del sector a la cooperativa, sin tomar en cuenta que el liderazgo no debe ganarse por tamaño, sino por calidad.
Además, la mentalidad bancaria prevaleciente en varias cooperativas adolece de un mal cultural. Todavía hay gerentes generales, y no solo en las cooperativas, que no dan la importancia debida a las áreas encargadas de la auditoría interna, el control, el cumplimiento y los riesgos.
Para varios de estos gerentes, esas unidades son camisas de fuerza que limitan su agenda estratégica. Es, probablemente, la mayor debilidad de varias empresas financieras. Para otros gerentes, las unidades de control deben ser “empáticas” con el negocio y no escépticas.
La más grande debilidad de las cooperativas es su gobierno corporativo, porque es débil y en ocasiones manejado por el gerente. No son pocas en las que los integrantes de los consejos de administración desconocen el giro del negocio, sus riesgos y sus responsabilidades para con los asociados, la cooperativa y ellos mismos.
Es una tarea titánica adiestrar y entrenar a los miembros de los consejos de administración para que su desempeño sea óptimo.
Las cooperativas de ahorro y crédito deben volver a sus raíces, no convertirse en grupos corporativos con sociedades anónimas adscritas. Poner la mirada en el asociado, lo cual implica no llevarlo a un estado imprudente de endeudamiento.
El autor fue intendente general de entidades financieras.
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