Existe una correlación entre los desplazamientos geográficos de Eunice Odio y el fenómeno de transnacionalidad, errancia y disolución del concepto de patria y lo nacional. En diversos momentos del siglo XX, Guatemala, México y Estados Unidos se convirtieron en lugares de acogida de varias escritoras centroamericanas, entre ellas, Eunice Odio. Estas mujeres salieron de sus países ya sea por intolerancia, persecución política, violencia o indiferencia social, pero también por razones económicas, laborales, o incluso por sed de aventura o conocimiento.
Si bien sus homólogos masculinos centroamericanos emprendieron desplazamientos parecidos, la codificación de dicha experiencia no es equivalente; la de ellos lleva la marca del autor nómada, aventurero, expatriado, revolucionario, es decir, culturalmente privilegiado o privilegiante. Solo hay que observar cómo se retrata al revolucionario Roque Dalton frente a la sexualizada Yolanda Oreamuno o al malditismo adjudicado a Eunice Odio. Como afirma Teresa Fallas, sobre ellas han pesado ciertas sentencias o reprobaciones sociales. Eunice Odio fue una mujer libre, viajera, moderna; mujer adelantada a su tiempo, transgresora, de vanguardia, la punta de la lanza, en vida y obra.
A menudo, las mujeres de las vanguardias poéticas latinoamericanas han permanecido inexistentes y olvidadas. George Yúdice, al constatarlo, enfatiza que “la crítica literaria suponía que la mujer poco tenía que ver con la ruptura”. En ese sentido, es siempre relevante destacar el lugar que ocupan las autoras viajeras y vanguardistas del istmo centroamericano en el contexto latinoamericano y, en particular, el lugar de Eunice Odio, sagaz intérprete del mundo y de su tiempo.
No son pocos los relatos que se refieren a la autoría descalificada de Eunice Odio en correlación con la bohemia, el malditismo, la rebeldía y la marginalidad. Una tarea importante para tejer una memoria que desestabilice ese malditismo y reelabore una autoría más compleja en torno a Eunice Odio, sería historizar esa imagen construida, es decir, sintetizar críticamente las valoraciones sobre su figura y su obra, así como sus representaciones, a través de una selección de testimonios, columnas y notas de prensa, obituarios, fotografías y retratos, novelas, artículos críticos y poemas dedicados a la costarricense.
Conmemorando a Eunice Odio: la reunión viva del fuego
Este recorrido histórico contextualizaría la fundación del mito realizada por sus contemporáneos y culminaría en las bifurcaciones del mito o sus propuestas más recientes. El propósito sería palpar el espesor y las texturas de la amalgama de discursos emitidos por la comunidad intelectual, discursos que han confeccionado un “artefacto cultural” en torno a la poeta. Ese rastreo implicaría la sistematización crítica de enunciados, alusiones, caracterizaciones, incluso epítetos puntales, que se repiten, reciclan, renuevan, o se innovan. Un fondo discursivo que deberá ser desmontado.
Al lado de esa imagen fabricada por otros, también resulta necesario profundizar en la auto-imagen de Eunice Odio, o sea, su autorrepresentación. En Declinaciones del monólogo (1946), el yo lírico de la poeta nos dice que “estoy sola, muy sola, entre mi cintura y mi vestido, sola entre mi voz entera”. Sin embargo, anuncia que no quiere que la llame nadie, porque “no quepo en la voz de nadie”. Con el “tacto de un minero”, desciende a la “raíz complacida” de su sombra, a su “corazón de piedra en flor”. Es en ese espacio, de profunda intimidad o reflexión encarnada, que enfatiza: “me calzo mis arterias y mi voz”.
Al unísono: cuerpo y discurso; pathos y logos; emoción y lucidez. Lo inteligible habita el universo afectivo y viceversa. Al mismo tiempo, el presente indicativo del verbo calzar alude a la idea de caminar: subjetividad en movimiento, contraria a lo monolítico, lo inamovible. Estas son las marcas del ethos autorial de Eunice Odio.
La escritora “entra en escena” y ahonda en la imagen desde dentro a partir de su correspondencia a Juan Liscano, Rodolfo Zanabria, Claudia Lars, Alfonso Chase e Ítalo López Vallecillos, entre otros. En sus cartas de los últimos años se identifican complejidades, contradicciones, precariedad económica, encierro y soledad; contrastan con las de aquellos años atravesados por la chispa viajera y la intensa producción literaria e intelectual.
En todas las etapas se intuye una necesidad por cincelar su autoría frente al relato de sus colegas, y es así como en innumerables ocasiones la costarricense destaca la robusta lucidez presente en su escritura. Insiste en que es su obra, y no su vida, la que habla por ella; su obra es la prueba convincente de que tiene un “intelecto activo” y un corazón devoto a la humanidad.
“Detesto las biografías. No solo no me gusta, sino que hasta me hace sufrir, ver mi intimidad en letras de molde. Los asuntos de mi vida privada son privadísimos y, por lo general, no los sabe nadie, excepto yo”, le dice a Liscano. Sin embargo, mediante estos textos autobiográficos, parte de su intimidad sí quedó en letra de molde y por su propia mano. ¿Serían sus epistolarios una forma de diseccionarse, de ver su propio reflejo, una especie de diario íntimo, pero con remitente y destinatario? Mejor aún, ¿no habría sido ella misma la destinataria indirecta de sus cartas?
A partir de estas premisas, se observa cómo Eunice Infante –la hija nacida fuera del matrimonio, criada en sus primeros años por su joven madre en un hogar humilde, reconocida por su padre hasta que era adolescente, cuando muere la madre, adquiriendo hasta entonces el apellido Odio– narra e “inventa” a Eunice Odio con anhelo y hasta ansia de autorrepresentación. Aparece la mujer que se afana por perfilar su singularidad, su “propiedad de distinguirse”: mujer inteligente de ascendencia europea atrapada en sociedades provincianas, las del “Istmo Infortunado”, como llama a la región centroamericana.
Si bien hay cierta fascinación por lo europeo, también vemos cómo se rebela ante las expectativas de la familia paterna, según ella estirada y con posición social. En sus cartas también aparecen episodios de infancia que construyen una representación-otra, como sus famosas fugas: con seis años recorre la ciudad a solas, por el simple deseo de vagabundear al aire libre, sin importarle los azotes que le da su madre al regresar. Autorretrato de transgresión temprana, niña flâneur que trasciende las normas adultocéntricas y de género; se autonarra, pues, como modernidad. Por último, están aquellas cartas que relatan el acoso que padeció y nuevamente destaca la imagen de mujer insumisa que quiso proyectar, la que no duda en dar un puñetazo y dejar a su agresor en el suelo, en un memorable knock out, tal y como le narra a Liscano.
La “invención” del yo no aparece en todas las cartas. En otras destaca una mujer empática y generosa que se preocupa por sus amigos y amigas que viven en la miseria económica. Por ejemplo, le pide ayuda a uno de sus amigos para solventar la desesperada situación de la filósofa española María Zambrano y su hermana Araceli, exiliadas en Cuba, por quienes Eunice Odio llegó a profesar un gran afecto y admiración. Este relato desdibuja a la mujer agresiva y mordaz descrita en el relato patriarcal.
Asimismo, en sus cartas hay varias referencias al abandono y desprecio que sufren los poetas, algo que se relaciona con lo planteado en su libro El tránsito de fuego.
En uno de los epígrafes al poema Si pudiera abrir mi gruesa flor (1946) se lee: “Eunice andaba en el sueño con zapatos de vigilia, ¡ay, Eunice, por tus pies te van a negar el día!”. Y luego firma: “e.o.” En un juego autoficcional, que trasluce su fascinación por la textura del sueño –elemento que incorporó a su poética–, la costarricense se retrata, además, como mujer en vela, despierta mientras todos duermen, y alude nuevamente al campo semántico del caminar: los zapatos, los pies.
Posiblemente sea una alegoría de ese pensamiento “caminante”: alerta, nunca desligado de lo concreto. De ahí que sus escritos sobre arte, metafísica y política estén articulados por estrategias retóricas de razonamiento lógico. Quizá por su incansable y continua indagación del mundo, de lo humano y de sí misma –mujer que disputa el rol convencional–, exclama que el día le será negado.
A partir de su final trágico –después de haber vivido sus últimos 10 años en la miseria económica–, se marca el principio de la reelaboración de un mito llamado Eunice Odio. Este mito es hoy un mecano con engranajes que giran cada vez más acompasados; es una maquinaria imparable. Alcanzó velocidad en los años 2000, y más aún en 2019 con la celebración del centenario de su nacimiento, mediante traducciones, homenajes, conferencias, congresos, reediciones y libros dedicados a su figura, tanto en Centroamérica como en México, pero también en Estados Unidos y España. Así, legitimada por las “reglas del arte”, Eunice Odio se ha convertido en autora canonizada en ciertos círculos académicos y campos literarios.
Sin embargo, de alguna forma sigue siendo una desconocida en tanto que persiste el mito, los relatos legendarios, a menudo marcados por códigos patriarcales o exotizantes. ¿La estamos afirmando como autora cayendo en algún tipo de borramiento o aislándola de sus homólogas? ¿Repetimos el mito de la “autora excepcional” cuando fue la misma Eunice Odio quien validó y escribió sobre otras mujeres escritoras y artistas de su tiempo? ¿De qué manera podemos celebrarla sin caer en estereotipos minorizadores? ¿El ensalzamiento post mortem permite darle continuidad a ese espacio ambiguo, abierto, que es transitado por su escritura a contrapelo? A 50 años de su muerte, Eunice Odio nos sigue interrogando sobre el estatuto de la realidad, la ficción, la auto/biografía y la literatura.
*La autora es profesora de la Università degli Studi di Milano, Italia.