Autoría y dirección: Inma Nieto. Interpretación: Elisabet Gelabert e Inma Nieto. Teatro de La Abadía. Desde el 9 hasta el 19 de mayo de 2024.
Las actrices Elisabet Gelabert e Inma Nieto regresan al Teatro de La Abadía que las vio crecer como profesionales con una propuesta, titulada ‘Lady Anne’, en la que más de uno está viendo, sin que ellas se hayan pronunciado en ningún momento sobre este extremo, cierto ajuste de cuentas con su mentor, el aplaudido director y actor José Luis Gómez. Sea como fuere, lo que no ofrece dudas de ninguna clase es el tema general, y fundamental, que late al fondo de la obra: la insana relación que puede darse entre un director con poder y una actriz que solo está tratando de aprender y de afianzarse en su trabajo. Una relación de dominación que trasciende lo profesional y afecta al plano más personal o humano. Luego que cada cual como espectador saque sus propias conclusiones -que eso es precisamente lo que permite y lo que debe perseguir el teatro- y que decida si el planteamiento de la ficción se ajusta o no a algún caso real que conozca.
Escrita y dirigida por la propia Inma Nieto con una original mezcla de dramatismo, humor negro y fantasía reivindicativa, la obra está sostenida por la tormentosa interacción de una actriz con los nervios al borde del colapso definitivo –a quien da vida Gelabert- y un severo e irascible director -interpretado por Nieto- durante el ensayo de la escena segunda del acto primero de ‘Ricardo III’. Es el momento de la obra de Shakespeare en el que su psicópata protagonista trata de seducir a Lady Anne, cuando esta aún llora la muerte de su suegro -el rey- y de su marido, ambos asesinados por Ricardo. La verdad es que la analogía entre la relación de Ricardo con Lady Anne en la ficción shakesperiana y la relación, en esta nueva capa de ficción, entre el director y la intérprete (que curiosamente se lama Eli, igual que la actriz real) es tan osada y gamberra como inteligente y reveladora. Y nieto propone con ella una bonita reflexión en torno a la obediencia, el sometimiento, la aceptación, el consentimiento y las posibilidades reales de rebeldía en según qué contextos.
El mayor problema de la función es que falta concordancia entre el tono de la misma y su estructura dramatúrgica. Y me explico: teniendo en cuenta la forma y el fondo de lo que poco después vendrá, el larguísimo monólogo que tiene Eli al comienzo de la obra, en un estado absolutamente neurótico, y con el personaje del director presente sin darle una sola réplica, solo podría tener empaque y verosimilitud dramática si, al final, resultase ser una parte más del ensayo, es decir, de esa irresoluble probatura que el personaje no logra resolver nunca satisfactoriamente, para mayor enconamiento del director. Eso hubiera permitido jugar esa parte en un código de farsa mucho más acentuado, lo cual, a su vez, hubiera potenciado las posibilidades cómicas y satíricas de la situación. Sin embargo, tan cercana al realismo como está concebida la escena, se percibe bastante forzada, y un poco tramposilla si lo que se pretende es justificar con ella la reacción del personaje que precipita el desenlace.
Eso sí, incluso en esa complicada tesitura en la que se encuentra al principio, Gelabert es capaz de conseguir -tirando de técnica, que para eso tiene de sobra- que la cosa no se desmorone y el espectador -si no convencido, sí al menos expectante- siga el curso de la acción hasta que la obra se asienta de verdad. Eso ocurre cuando el personaje de Eli entra de lleno en el de Lady Anne; es a partir de ahí, ya con todos los elementos a su favor, cuando Gelabert da una verdadera y gozosa lección de interpretación. En un trabajo mucho más sencillo que el de su compañera, Nieto también cumple a la perfección dando vida al director. Cabe destacar, por otra parte, la sutil y precisa labor de Javier Almela en el eficaz diseño del espacio sonoro.