El grito del «no nos representan» cumple trece años. Fue el germen del movimiento de mayor indignación en España que tuvo por símbolo la Puerta del Sol de Madrid como epicentro de todas las manifestaciones que se replicarían en todas las capitales del país y sirvió de base para que tan solo tres años después naciera el partido que canalizaría todas las protestas del movimiento 15-M, que tuvo como éxito el despertar de los movimientos de izquierda que se aglutinarían bajo la marca de Podemos con Pablo Iglesias a la cabeza y que tendrían como primera consecuencia la ruptura del bipartidismo que amenazaba con cambiar las reglas del juego y las mayorías parlamentarias.
Sería en el año 2015, la primera vez que los morados se presentaron a las elecciones generales, cuando obtendrían sus mejores resultados. 69 diputados en una coalición electoral formada por Podemos, Compromís, Izquierda Unida, En Comú Podem y En Marea. Una alianza inaudita de izquierdas que mejoraría incluso la marca en 2016 con 71 diputados, ser tercera fuerza política y casi rozando el sorpasso al PSOE. La pujanza del incipiente partido le hizo imprescindible como muleta del PSOE en la mayoría de parlamentos autonómicos y ayuntamientos. Seis años después de su nacimiento, sin embargo ya en claro declive electoral, Unidas Podemos conseguiría convertir sus escaños en poder y entrar en Moncloa para conformar el primer gobierno de coalición y ocupar una vicepresidencia y cuatro ministerios en el Ejecutivo con el Partido Socialista.
Esa unidad, sin embargo, emanada del 15-M no acompañó a la izquierda en su trayectoria política y durante este tránsito las luchas por el control del espacio fueron dividiendo a Unidas Podemos y a los partidos que compartían alianza electoral. Esa batalla por la hegemonía del espacio de izquierdas alternativo al PSOE tuvo su mayor pugna tras la salida de Pablo Iglesias de la política, cuando designó a la entonces ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como líder de Unidas Podemos. La dirigente gallega impulsó su propio proyecto político Sumar y lejos de seguir los dictados de los morados acabó tratando de «matar a Podemos», según denuncia siempre que puede el partido morado, que sobrevive en la trinchera con cuatro escaños en el Congreso de los Diputados, a la espera de confirmar si las próximas elecciones europeas –con Irene Montero a la cabeza–son su oportunidad para resurgir y volver a disputar el liderazgo de la izquierda a Yolanda Díaz o, por el contrario, supone su final.
Siguiendo en el plano electoral, la izquierda hija del 15M vive hoy en día sus horas más bajas. A las luchas internas, se suma el hundimiento electoral de este espacio que se ha confirmado en las urnas, tanto en 2023 como ahora en 2024. Hace un año, Unidas Podemos acabó fuera de los parlamentos de la Comunidad de Madrid, Madrid Capital, Comunidad Valenciana y Valencia capital. Perdieron, además, la posibilidad de entrar en el Gobierno de Baleares, Comunidad Valenciana, Islas Canarias, La Rioja y Aragón. Tan solo mantienen el Gobierno de Navarra, en coalición con el PSOE. Mantuvieron sus escaños, eso sí, en Murcia, Extremadura y La Rioja. Se quedaron con tan solo un diputado en Asturias, que después perderían por sus luchas internas, al igual que ocurriría en La Rioja.
Ahora, con Sumar como partido prioritario en la izquierda al PSOE, los de Díaz no han logrado enmendar la deriva electoral. A nivel nacional, Díaz ya empeoró los resultados en 2023, cuando se presentó en coalición electoral con Podemos entre otros socios y logró siete diputados menos de los que cuatro años antes había conseguido Unidas Podemos, Más País y Compromís. A nivel autonómico y en competición con Podemos, a Sumar no le ha ido mejor. No ha conseguido entrar en el parlamento gallego, ha perdido cinco escaños de los seis que logró Podemos en 2020 en País Vasco y en Cataluña, los comunes se han dejado dos escaños por el camino.
Ahora, la izquierda volverá a presentarse dividida a las elecciones europeas, donde Podemos y Sumar entienden la cita como un plebiscito para confirmar su fuerza.