Susan Kinyua recibió este miércoles el Premio Harambee 2024 por un proyecto que ha formado a más de 4.500 mujeres en pobreza extrema
La economista keniana Susan Kinyua, 65fc8933113eb0e4ba942fed|||https://img-cms.larazon.es/clipping/images/2024/03/21/7EC58B09-9EB2-40A2-9828-99B3BA3C8F4D/30.jpg
Por ese motivo, una parte fundamental del programa se centra en la mentoría y el acompañamiento personal de las participantes. «Los problemas de salud mental que se derivan de las situaciones precarias y difíciles de las mujeres en mi país son diversos: estrés debido a presiones familiares –como problemas matrimoniales–, embarazos en la adolescencia, falta de acceso a servicios sanitarios, escasa capacidad económica para necesidades básicas –alimentación, educación, salud, etc–. Todo influye en el equilibrio entre la familia y el trabajo de las mujeres que atendemos, y puede derivar en depresiones y a veces en ideaciones suicidas», recalca.
Por ello «creemos que un empoderamiento integral de la mujer sólo se consigue si las acompañamos con un enfoque global –personal y empresarial– en cada situación. Lo que vemos cada día es que, cuando la mujer contribuye a sacar adelante a la familia a través de su trabajo, la relación hacia ella cambia: hay más respeto y son menos propensas a vivir abusos. Además, cuando se fomenta la unidad entre la pareja, hay menos estrés en la familia. Esto redunda en que los maridos apoyan más a la mujer en sus proyectos, y ésta llega más lejos», sostiene.
Susan Kinyua persigue llegar con la Fundación Kianda cada vez a más lugares. «Por ahora hemos implementado este programa en Camerún, Uganda, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Kazajstán. Sueño con que podamos replicar estos logros en otros países con necesidades semejantes. Y con lograr la igualdad entre mujeres y hombres, que pasa necesariamente por la estabilidad en las familias», concluye.
La gran labor que desarrolla el programa Fanikisha (que significa «gran avance») se puede ver en los casos de mujeres como Cecilia, una madre de cinco hijos que pasaba por una depresión grave, con un marido ausente. Quería suicidarse, "pero ni siquiera tenía dinero para veneno". Una amiga la habló de una formación que iban a dar en la aldea. Cecilia decidió ir por sus hijos. Poco a poco le gustó lo que aprendía y renovó su ilusión por trabajar. Ahora ha montado una empresa y hace bolsos con materiales reciclados, mantiene a sus hijos y paga el alquiler, incluso se está contruyendo una pequeña casa.
Pero su camino no acaba aquí, ya que ha acabado ayudando a otras mujeres, como a Joyce, una amiga suya que había perdido la ilusión tras perder al hijo que esperaba al final del embarazo, y que ahora cuenta con orgullo que se ha convertido en una "business lady", que ha pasado de casi no poder sobrevivir, de no tener comida ni ropa, a ser propietaria de un negocio, una casa y también a pagar la educación secundaria a su hijo. Entre las dos, como tantas otras, han roto el denominado "círculo de la pobreza".