El Real Madrid goleó al Alavés en un buen y relajado partido. El portero belga, titular, demostró estar listo para la final
Por la mañana, algunos socios madridistas vieron cómo les sonreía la suerte y les tocaban entradas de la final de la Champions del próximo 1 de junio. Por la noche, todos los socios y aficionados del Real Madrid vieron el equipo que bien puede ser el que empiece esa final. Faltaba Rüdiger y, por tanto sobraba uno de los dos centrales (se supone que Militao, que en la segunda parte, en un salto, se le vio inseguro con su pierna), pero el resto del once va a ser el equipo que se presente en el primer minuto en Londres. Y era Courtois el que estaba en la portería contra el Alavés.
La cara de Lunin no cambia en la alegría ni en la tristeza, cuando para o cuando no juega, por eso sería imposible leer en su rostro qué le parecen las paradas de Courtois en estos encuentros sin valor competitivo, pero que pueden decidir muchas cosas aún. Y cuando llegó el Alavés, al principio del encuentro y en la segunda parte, Courtois, como ya hizo contra el Cádiz, dejó grandes paradas y una buena capacidad de reacción. Es decir, dejó la sensación de que el mejor Courtois ha vuelto y las estadísticas empiezan a ser agobiantes para Lunin. En los tres últimos encuentros que ha disputado el guardameta belga (Cádiz, Granada y Alavés), la portería ha quedado a cero. Es verdad que son los rivales más inquietantes, pero no será la primera vez que se leen las estadísticas sin contexto. Dijo Ancelotti que iba a turnar guardametas en estos partidos, pero lo cierto que los dos últimos, estos que no valen para nada, los ha jugado Courtois.
La duda en la portería alimenta la conversación de los madridistas en estos días en los que están de resaca tras ganar LaLiga y esperan la final de la Champions. Contra el Alavés continuó la fiesta del campeonato. Si el domingo fue con todo el mundo, ayer lució el trofeo delante del público del Bernabéu, acompañado de una representación de los otros 35 ganados. Pasó después de que el Alavés hiciera el pasillo al Madrid, esa tradición de respeto y de felicitación, que tanto se ha envenenado ahora que todo se envenena.
Fue un partido entre dos equipos con todo hecho en este campeonato, pero con la diferencia fundamental de que el Alavés no tiene ya nada más que hacer, mientras que el Madrid no quiere desenchufarse porque le queda lo más importante. La diferencia de ritmo y de hambre fue la que señaló el marcador. Además de la Champions, el Madrid también tenía una par de objetivos menores: el récord de partidos sin perder (sumó 30 como La Quinta) y el pichichi que puede llevarse Bellingham.
El centrocampista marcó otro gol, el que abrió el encuentro, un tanto muy a lo Van Basten: un balón al segundo palo que remata en el aire cruzándolo por encima del portero. Un gol muy estético y que confirmó que Bellingham ha vuelto a coger aire y está listo para disputar la final. Estuvo en los cuatro goles del Real Madrid y además dejó un pase escandaloso a Carvajal. En los goles, el primero lo marcó; el segundo empezó la jugada al encontrar a Camavinga, en el tercero abrió para que Valverde sacase por fin el fusil que tan escondido ha estado esta temporada y en el cuarto, volvió Jude a encontrar a Vini. Al brasileño le cantaron eso de Balón de Oro.
Marcaron los de siempre, más Valverde: ha cambiado los goles por un trabajo clave en el equipo y el Madrid lo ha agradecido porque de tantos ha ido sobrado y no le ha hecho falta que Valverde practique su lanzamiento de larga distancia. Pero ahí lo tiene, por si se necesita.
Pero es que los goles de Valverde no se han echado de menos porque todo el mundo marca: Vini, Bellingham... y Güler, un futbolista que tiene algo especial: sale y deja una huella. Ancelotti le dio más minutos a Güler y así concedió un poco de descanso a Camavinga, otro jugador que sabe que está llegando a un momento decisivo a todo ritmo.
Era ya el tiempo de basura, ese que no vale para nada. Pero Güler, al que todo le vale, marcó.
