La otra tarde un amigo me preguntó, a bocajarro, que si Pere Aragonès era de Junts o de Esquerra. Uf. Mamá, qué miedo. Si El Algarrobo me hubiese disparado un trabucazo en mitad del pecho no me habría dolido tanto. Lucía el sol, la tarde se deslizaba sosegada hacia la noche, habíamos zampado un arroz al horno delicioso, la charla avanzaba a trompicones entre la modorra de los comensales, tertuliando sobre fruslerías como la interminable fila india de esos coches eléctricos chupando cola para recargar sus baterías o lo de los futbolistas atacados por una gallardía marcial que les obliga a defenderse cuando el pelagatos de turno les insulta. Y ese colegón tuvo que quebrar el benigno ambiente merluzo para...
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