A un político se le puede perdonar cualquier error, salvo la torpeza. La política es un escenario resultadista en el que no hay grises y en el que las acciones se evalúan a partir de sus consecuencias. El marco es binariamente homérico: gloria o muerte, dentro o fuera, por lo que el que quiera aspirar a los matices sencillamente no debería jugar a este juego. Esto va de ganar y la misión principal del buen gobernante debería ser conciliar la practicidad con los principios. Sin pisar charcos, sin cometer errores no forzados y, a ser posible, exhibiendo cierta gracia en el decir y en el hacer. Maquiavelo apeló a la fortuna y a la virtud y todos los grandes gobernantes...
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