Un buen día, de forma cadenciosa y como quien no quiere la cosa, en medio de nuestra impoluta melena aparece
un pelo furtivo y resplandeciente, a medio camino entre el gris y el blanco. Lo separamos del resto, lo miramos con desconfianza y lo escudriñamos bien de cerca bajo todas las luces que podamos encontrar en nuestra casa, hasta que se confirma ese primer presentimiento: en efecto,
es una cana. Piensas en arrancarla o cortarla, pero lo cierto es que siempre estará ahí, volverá irguiéndose de forma estoica.
Esto sencillamente es una anécdota, porque con el paso de los años ya no será una, sino varias canas las que salpiquen nuestra cabellera y se cuelen precisamente en esas zonas visibles con premeditación y alevosía:
la frente, las sienes o justo donde sueles trazar la raya del pelo. Lo cierto es que en ocasiones este proceso ni siquiera se debe a ir cumpliendo años, sino que su aparición se produce a edades más tempranas. Por
causas genéticas, por falta de de vitamina B12, ácido fólico, hierro o zinc, o por cuestiones de estrés su presencia puede darse mucho antes de lo que esperábamos.
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