En su historia, México, y su antecesor, Nueva España, ha conocido sólo tres tipos de sistema: caos, rentismo, y modernización trunca.
En los tiempos Habsburgo, el control del rey sobre Nueva España era escaso. Con el tiempo, se desarrollaron grupos rentistas (como les dicen los economistas), que se dedicaron a saquear a la población. La llegada de los Borbones, y su modernización, atacó los privilegios de esos grupos (comerciantes, burócratas, clero local), que reaccionaron inventando un complot español en contra de los maravillosos criollos. Cuando los Borbones son derrotados por Napoleón allá en España, los criollos se deciden a separarse. El primer intento modernizador sucumbió en algo que llamamos Independencia.
La separación fue traumática para todos, pero especialmente para el nuevo México, que vivió cincuenta años de caos, que sólo terminaron con el nuevo orden mundial establecido después de la Guerra de Secesión en Estados Unidos (1865) y la creación de Alemania (1870). Eso permitió un nuevo intento modernizador en México, bajo el control de un hombre fuerte, Porfirio, que a su vejez no había logrado consolidarlo. Se levantaron contra el viejo aquellos que decían representar al pueblo, pero eran tantos pueblos los representados que rápidamente entramos nuevamente al caos. El intento modernizador de los Sonorenses ni siquiera había realmente empezado cuando fueron desplazados del poder por los nuevos representantes del pueblo, ahora consolidado en campesinos y trabajadores, ambos inmersos en un partido de corte fascista.
Ese periodo produce un híbrido entre el rentismo y la modernización trunca que seguimos llamando “desarrollo estabilizador”. Un cuarto de siglo en el que se administraban ordenadamente las finanzas públicas, se abría algo de espacio a la aparición de clase media, pero todo el poder estaba bajo control: políticos y empresarios, una sola clase, saqueaban con orden. En las márgenes, la miseria rural era evitada, ignorada, ocultada.
El difícil equilibrio se rompe con la llegada de Luis Echeverría, y el rentismo se impone, dando como resultado una crisis profunda de la que surge el tercer intento modernizador. Nuevamente, el híbrido, modernización con saqueo que, al definirse de plano por lo primero con el Pacto por México, produce la reacción de los rentistas (empresarios compadres, sindicatos, universidades, políticos), que llegan al poder en 2018.
Saqueo, modernización, caos hasta 1870. Modernización, caos, modernización rentista hasta 1970. Derivada en saqueo, nuevamente el híbrido, derivado en modernización, y regreso al saqueo, que es en donde estamos.
Cada intento de modernización ha sido enfrentado por los grupos rentistas, que utilizan como camuflaje al pueblo. En el primero, los malos eran los Peninsulares; en el segundo, los Científicos; en la modernización híbrida, los Técnicos, y en la última ocasión, los Tecnócratas, después llamados Neoliberales. Los primeros dos intentos terminaron en el caos total; el tercero no, porque el partido corporativo tuvo todavía fuerza para evitarlo, aunque en ello terminó destruido y reemplazado por su artificioso heredero.
El intento de regreso al sistema rentista, de saqueo, no parece que pueda fructificar. Políticamente, el triunfo del mazacote es frágil, a pesar de la ausencia de oposición; económicamente, ese rentismo no es compatible con la apertura de la que hoy vivimos. Es decir que sólo podría mantenerse mediante la fuerza bruta y el aislamiento total, como lo hizo Cuba. Otros tiempos y otros lugares.
Si el rentismo no puede establecerse, y no existe esa estructura política capaz de navegar el cambio de sistema, no parece posible otra cosa que el caos. Muchos estaban convencidos de que el nuevo gobierno sería pragmático, estratégico, con visión científica, y por ello se doblegaron por años esperando tiempos mejores. Despreciaban los avisos, argumentando mala fe, temas personales, ideología.
No sé si ahora sea todo más claro.