¿Qué pasa con la candidatura de Antauro Humala en el 2026? Algunos la quieren a toda costa, otros desean bloquearla. Los primeros ya se ven colgados de los faldones electorales del etnocacerista; los segundos quieren ir acomodando las dos candidaturas de segunda vuelta y producir así la victoria del anti-Antauro.
Como político, Antauro Humala está hecho de la sustancia de los sueños. Se vio como jefe de una revolución cuando mató a esos policías en Andahuaylas. Se vio algo parecido cuando lanzó el estrafalario programa del etnocacerismo. Ahora se ve como el próximo presidente de la República, anunciando fusilamientos a diestra y siniestra.
En torno suyo hay más sueños, básicamente dos: si logra candidatear, ganará de todas maneras; no hay la menor posibilidad de que gane. Además, este Humala es el bomboncito de los antisistema, que lo ven con una enorme capacidad de desarticular la institucionalidad, como han hecho Alberto Fujimori, la pandemia, Pedro Castillo y este Congreso.
Una hipótesis que busca explicar la tolerancia del Congreso con Humala es que Keiko Fujimori y sus aliados lo quieren en la competencia del 2026. No se les ocurre que, si a Castillo le ganó por un pelo, ante Humala bien podría perder por un palo. Lo cual es una manera de omitir el antifujimorismo en sus planes de batalla electoral.
Pero quizás no es un asunto de quién gana o quién pierde en la próxima elección. Más bien se trata de no tener en la presidencia a gente que antes ha estado fuera de la ley. Pues, como no hay sanción de la opinión pública contra ese tipo de gente, sus opciones de triunfo son formalmente las mismas que las de quienes obedecen la ley.
Para quienes en el Congreso andan al filo de la navaja en su vida, Antauro Humala es la encarnación de muchas posibilidades. Vetarlo como candidato es vetarse a sí mismos. Basta ver la lista de congresistas con faltas de todo tipo dentro y fuera del local parlamentario para entender su resistencia a que se aparte al infractor.
Como acaba de decir Carmen Mc Evoy, el robo se ha instalado en los corredores del poder en el Perú. Desde la pepita de oro que no paga impuestos hasta el gran proyecto que no precisa permisos. En estos días, ser honesto es una vanidad.