Existe una fórmula bastante sencilla para evaluar la gestión del presidente Milei: comparar los fracasos que se le auguraban el día de su elección con los resultados obtenidos tras un año de gobierno.
Recordemos que, incluso antes de asumir el cargo, los críticos ya atacaban sus "propuestas económicas radicales", asegurando que nos llevarían inevitablemente a la hiperinflación y al fin de nuestra soberanía monetaria.
Sin embargo, un año después, lo que objetivamente está en marcha es un proceso de normalización económica, con indicadores que ni siquiera los argentinos más optimistas habrían creído posibles. En particular, la reversión del descontrol de precios heredado del kirchnerismo, el primer superávit fiscal en casi 20 años.
No se trata de simples tecnicismos. Estos números reflejan una transición en curso en nuestra economía y permiten que los argentinos comiencen a tener expectativas más optimistas sobre sus vidas y las de sus hijos. Hoy, un año después, pueden confiar en que vivirán en un país distinto y con un futuro cierto y sostenido en el tiempo y no por algún malabarismo artificial del Estado.
Las diferencias son, por lo tanto, evidentes: Argentina ha pasado de ser una de las economías más debilitadas de la región a convertirse, según los propios organismos internacionales, en la que presenta el mayor potencial de crecimiento. Por primera vez en mucho tiempo, estamos en el radar internacional por buenas razones.
Otra de las críticas repetidas hasta el cansancio contra el presidente Milei era "el peligro" de su declarada cercanía a Donald Trump. Sin embargo, Trump es hoy el presidente electo de los Estados Unidos, y todos esos líderes internacionales que ahora lo felicitan y buscan acercarse a él -más por necesidad que por convicción- llegaron a la fiesta mucho después que Milei.
No se trata de una relación cualquiera. Como la mayor economía del mundo, principal polo tecnológico global, Estados Unidos sigue siendo la democracia más institucionalizada y el país más profundamente comprometido con la libertad. Además, al elegir como secretario de Estado a un hijo de inmigrantes cubanos, fluido en español, Trump ha enviado una señal clara: la relación entre Estados Unidos y América Latina será fortalecida y transformada. En esta nueva etapa, la Argentina se ha posicionado como un interlocutor privilegiado.
Por último, conviene recordar las innumerables veces que se acusó a Milei de no estar políticamente preparado, de ser un simple producto mediático sin capacidad para dirigir un Estado. También acá hay datos que desmienten ese prejuicio: un año después, y pese a todos los sacrificios, más de la mitad de los argentinos tiene una opinión positiva de su presidente. Es decir, en política, decir la verdad, por más dura que sea, compensa. Por supuesto hay deudas pendientes, en un año no puede demolerse décadas de errores acumulados y tampoco satisfacer a todos en especial a aquellos que siempre miran el vaso vacío. El próximo año nuevamente el soberano dirá la última palabra.