Por: Eduardo González Viaña
En la Universidad de Sevilla, la semana pasada, el catedrático José Manuel Camacho me confió alarmado que el modo subjuntivo está desapareciendo en nuestro idioma. En España, me dijo, a los jóvenes les resulta difícil decir: “Estaremos allí cuando ella venga” y prefieren la frase: “Estaremos allí cuando ella viene”. Algo así como usar “Quiero que vienes” en vez de “quiero que vengas”.
Más conservadores del habla, los latinoamericanos todavía no hemos llegado a esos extremos, aunque ya se puede advertir un olvido del subjuntivo pasado en la lengua escrita. Hay medios que no lo usan jamás, y pareciera que su cartilla de redacción hubiera decretado esa mutilación del castellano, y es frecuente leer en ella: “Querían que el presupuesto sea aprobado” en vez de “querían que el presupuesto fuera aprobado” o “hace años, el Congreso pidió que se venda” donde lo correcto sería “pidió que se vendiera”.
Para mi amigo, la “lenta agonía del subjuntivo” no es únicamente un fenómeno de nuestro idioma, sino que ocurre en otros como puede constatarse en el francés, en el que parecen haberse evaporado las formas verbales terminadas en eussent o assent, o el italiano, en el cual ya no es tan necesario recurrir a expresiones como se io andasse. En el inglés, subsiste casi como un anacronismo, y va siendo olvidado por los jóvenes.
¿Es esto un obituario del subjuntivo? ¿Debemos llorarlo y poner flores en su tumba? Que es grave lo es. Para Umberto Eco, el subjuntivo es “el único que expresa el tiempo de la hipótesis y de lo posible, de lo no-real”. Vale decir que si el idioma tiene más de una cara —y los escritores y los hipócritas estamos seguros de ello— con el estimado amigo que aquí desaparece estamos perdiendo la concavidad de la suposición y de la duda inteligente, y nos vamos a quedar con el lado convexo al que nos obligan los hechos objetivos.
¿Cuándo fue que nuestros aullidos y gruñidos se transformaron en palabras articuladas? Hace ya mucho tiempo cuando, cansados de ser animales solitarios, nos decidimos por la solidaridad de la tribu, el clan o la comuna, y nuestra naturaleza sociable nos hizo inventar estos sonidos articulados que son, al final de los tiempos, el mejor registro de nuestro paso por la historia. Tal vez debamos pensar que, a la inversa también, cuando se acaba el lenguaje, o pierde sus dimensiones, la sociedad se termina.
Para Whitney y Saussure, la elección de los sonidos para comunicarnos fue un hecho arbitrario. También podríamos habernos entendido con los gestos o con los signos visuales, aseguran, y si es así quizás retornemos a solamente ellos, en el próximo milenio cuando, al final de la jornada, podamos guiñar el ojo a nuestros hijos luego de haber acatado las órdenes del Jefe Virtual a través de la computadora o dejemos de mirar extasiados la televisión que, por entonces, nos rodeará con su pantalla circular.
Tal vez estas meditaciones sobre la pérdida de la subjetividad del habla sean, tan solo, una expresión de nostalgia. Con eso de la inteligencia artificial, seremos pronto gente del milenio pasado, tan old fashioned que hasta los más jóvenes serán terriblemente viejos, y tú y yo y aquel recordaremos en silencio lo que sabemos que fuimos y ya no somos.