Cuando Enrique Ponce pisó la arena de Nimes, dos mil años de historia lo contemplaban, las piedras milenarias del coliseo se fundían con el aliento de miles de aficionados entre los sones del Toreador de Bizet. Envuelto en su capote de paseo también rondaba una historia, un relato de ilusión, de vida, de gloria, de no pocos días amargos y, sobre todo, de esfuerzo. Bajo un vestido lila y oro revoleteaba el niño que hace casi cuarenta años jugaba a soñar con ser torero, el joven matador que sorprendió a todos al apostar, y ganar, por seis toros en su Valencia cuando sus compañeros renunciaron, el hombre que se encaramó en lo más alto para mantenerse allí durante más de...
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