He visto alfombrarse de nieve el Puente Carlos al caer la noche en Praga. Me he sentado en el Café de la Paix en una mesa con vistas a la Ópera. He paseado junto al Támesis en un atardecer temprano de diciembre. He soñado con vivir en la vía Giulia mientras la recorría despacio en una noche templada. He paseado en el Alentejo por senderos perfumados de jara pringosa que se asomaban a la inmensidad del Atlántico. Todas esas experiencias, como se les llama ahora, las guardo en mi memoria con emoción. Como suele decirse, son las cosas que uno se lleva consigo a la tumba. Así que no seré precisamente yo quien las minusvalore como expresión del consumismo. Pero...
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