Al régimen iraní le molesta la libertad de expresión. La de las mujeres que quieren quitarse el velo, la de Salman Rushdie, amenazado de por vida por los ayatolás, tuerto de una cuchillada, pero ya con la lengua y la tecla afilada, resistiéndose a asumir el papel de víctima. Seguro que al escritor de Bombay no le importa que los ayatolás digan lo que quieran. Que hablen mucho, así sabemos cómo son y lo que piensan. Como los de Bildu y su imposibilidad para decir «te-rro-ris-ta» refiriéndose a ETA. La libertad de expresión retrata: por la boca muere el pez. Es el pilar fundamental de una democracia. Es lo primero que suprime una dictadura. Por eso, cercenarla con la excusa...
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