Ya veo por ahí que se ha despeñado una 'instagramer', por arrimarse demasiado al acantilado, hasta pillar el encuadre impactante del selfi. Se abrió la crisma la criatura, directamente, y murió en el acto. Esto de jugarse la vida por un selfie empieza a cundir, y no tanto porque al instagramer de oficio le gusten los paisajes salvajes sino porque gustan de embelesar a su público, que tiene por abismo primero el móvil. Y último. Estamos, con estas gentes de la pose temeraria, ante un ramo creciente de animosos que asiste a un rascacielos, una cascada, o un precipicio no a hacer la foto del sitio insólito sino a jugarse el tipito esbelto por salir en un retrato con un...
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