Un despertar infinito, la alegría de cualquier mañana; un baile torpe e improvisado, las primeras palabras, las sonrisas, los abrazos. Nunca había visto la rutina como una cárcel, pero bastó salirse del día día, en unos días de descanso en familia con mi hija, para quebrar la cotidianidad, para crear nuevos hitos, para vivir, aunque sea como gatea, en helicóptero, de lado, o de espaldas. Un estallido de vida como el de 'The Last of Us', cuando la naturaleza, libre por fin, empezó a brotar de nuevo en un futuro distópico, sin obstáculos, sobre los cimientos de la vida humana. Lo especial de esos momentos, inasibles, únicos, me recordó a la incapacidad que tenemos, como especie, para darnos cuenta de...
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