«Siempre nos quedará París», bien pudo consolarse Estados Unidos cuando firmó en la capital francesa el epílogo a su desastrosa participación en Vietnam. Se cumplen cincuenta años de los Acuerdos de París que pusieron punto final al conflicto donde EE.UU. perdió definitivamente su inocencia y también su supuesta imbatibilidad. La paz fue para Richard Nixon , a un año de dimitir, la salida menos mala a un laberinto donde la potencia hegemónica recordó, como bien saben Putin y otros líderes mesiánicos, que a una guerra nunca se puede acudir sin los objetivos definidos y las cosas bien ordenadas en casa. Las sucesivas ofensivas mostraron la incapacidad de los aliados de EE.UU. de ganar la guerra en un territorio predominantemente rural que había sido dividido desde 1954 en dos estados, Vietnam del Sur y Vietnam del Norte. Los norteños podían retroceder y sufrir heridas, pero solo para luego levantarse y combatir al día siguiente. Su objetivo y el de sus milicias infiltradas en el sur no era ganar batallas, sino desgastar y aguantar. EE.UU. no solo se quedó sin nombres estúpidos para sus operaciones ('gancho de pato', 'estrella blanca', 'menú', 'trueno rodante', entre otras) antes de enarbolar la bandera blanca, sino también sin ideas y sin valor. Ya desde la administración de Kennedy soldados estadounidenses habían desembarcado en el sur del país asiático para adiestrar a los lugareños. El sur contra el norte o, lo que es lo mismo, EE.UU. contra China y las armas soviéticas. La intervención indirecta se demostró insuficiente, de modo que en 1964 el gigante americano se vio obligado a entrar de forma masiva en una guerra asimétrica que iba a sacar las peores carencias de los imperios. Matar moscas a cañonazos ni es fácil ni barato. Johnson, sustituto de Kennedy, desde luego no encontró la manera. Noticia Relacionada estandar Si Las verdades de la IIGM que enrojecen a Putin desde hace 80 años: «Stalin ocultó las cifras reales de muertos» Manuel P. Villatoro El doctor en Historia Moderna Xosé M. Núñez Seixas, autor de 'Volver a Stalingrado', es partidario de que la URSS convenció al mundo de que tenía una deuda histórica con el Ejército Rojo La mayor potencia volcó todo su poderío económico y militar, gastó una cantidad de aproximadamente 1,3 billones de hoy para combatir a unas guerrillas que contaban con amplias bases de apoyo campesino. Para sorpresa del Pentágono, arrojar cerca de siete millones de toneladas de bombas en el país (el triple de las que lanzó en la II Guerra Mundial ) y destruir miles de kilómetros no aumentó la simpatía de EE.UU. en la zona. Tampoco encontró las palabras adecuadas ningún inquilino de la Casa Blanca para cantar las ventajas de mandar a morir a sus jóvenes a un país asiático minúsculo. Una encuesta de 1971 evidenció que el 71% de los estadounidenses creían que había sido un «error» y un 58% tachaba la guerra de «inmoral». En 1969, Nixon llegó al poder con la promesa de finiquitar la contienda en seis meses. El presidente creía que si la guerra iba a menos, aunque fuera lentamente, desaparecería de los informativos. Por eso empezó a retirar efectivos y puso en los lugareños el peso de las operaciones. Sin embargo, pronto se hizo evidente que el régimen de Saigón dependía casi por completo del Tío Sam. En vez de aminorar la marcha, el cuáquero se vio obligado a extender la lucha a Camboya y a aumentar los bombardeos en una escalada que, como él mismo confesó a su asesor Bob Haldeman, obececía a 'la teoría del loco': «Quiero que los norvietnamitas crean que he llegado a un punto que puedo hacer cualquier cosa. Haremos que llegue a sus oídos algo así como: 'Por Dios, saben que Nixon está obsesionado con los comunistas. Cuando está enfadado no podemos contradecirlo, y tiene el dedo apoyado en el botón nuclear'». Una salida con honor Esta carrera por ser el más loco de los locos hizo que el presidente se sumiera en un largo conflicto con más fuego, más protestas y más agotamiento. El consumo de drogas, especialmente la heroína, y la endémica desmoralización del Ejército de EE.UU. (los índices de deserción se cuadriplicaron) paralizaron cualquier avance militar. «Tengo batas blancas por todas partes: psicólogos, consejeros sobre consumo de drogas, especialistas en desintoxicación… ¿Es esto un maldito ejército o un hospital psiquiátrico? », se preguntaba en los últimos compases de la contienda el general Creighton Abrams. Nixon realizó la fallida vietnamización del conflicto. ABC Vietnam pasó a ser «la guerra de Nixon» , una crisis que mezclaba política y cuestiones personales en una vorágine cada vez más peligrosa. Esto se tradujo en medidas de espionaje y castigo contra la disidencia que llevaron, como el viento que mece un velero, al barco de Nixon hasta la orilla del hotel Watergate. Los papeles del Pentágono y los escándalos políticos hicieron imposible que el presidente continuara con sus planes. Desde 1968 Henry Kissinger abrió negociaciones secretas con representantes de Hanoi, pero fue a partir de 1971 cuando los delegados estadounidenses se sentaron en las mesas de negociación para hablar de una salida «con honor» de Indochina. Las negociaciones fueron una montaña rusa con muchas interrupciones, cambios de velocidad y donde Nixon incluso acercó posturas con China y la URSS para que presionaran a su aliado. De poco le sirvió. Para forzar las conversaciones finales, lanzó un inmisericorde bombardeo en diciembre de 1972 sobre áreas densamente pobladas de Vietnam del Norte, una acción que el primer ministro sueco, Olaf Palme, solo vio comparable a los crímenes nazis. MÁS INFORMACIÓN noticia Si Napoleón III, los enormes vínculos españoles del último Emperador francés noticia No Batallas, héroes y genialidades: seis hitos olvidados para sentirse orgulloso del brillante legado del Imperio español noticia No China y Vietnam presumen de fraternidad comunista Los Acuerdos de Paz de París obligaron a Nixon a suspender toda operación y a evacuar a sus efectivos. El 27 de enero se certificó sobre el papel la primera derrota militar y diplomática de EE.UU. frente Hanoi, que se limitó a suscribir unas pocas concesiones a la espera de reanudar la guerra contra el sur a la mínima oportunidad. Por algo, cuando se les otorgó el premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger y a Le Duc Tho , el representante norvietnamita declinó el galardón argumentando que la guerra seguía viva. Menos de un año después la contienda, ahora de estricto carácter civil, regresó al país del sudeste asiático en lo que resultó ser un baño de sangre para el régimen de Saigón, al que la caída de Nixon dejó herido de muerte. A la derrota de EE.UU. en Vietnam le seguiría el repliegue de la potencia americana en la esfera internacional y el avance comunista por Oriente. El peso del fracaso bloqueó la política americana hasta mediados de los años ochenta, cuando se produjo la desintegración soviética.