Las dos personas normales caminan por la ciudad en una soleada mañana invernal, mirando de cuando en cuando hacia arriba, a este o a aquel edificio, como las personas normales hacen a veces y los ornitólogos siempre. La primera persona normal entorna un poco los ojos. —Cómo cambia la ciudad, ¿eh? —¿Perdona? —Cómo cambia la ciudad. —Cómo cambia ¿cuándo? —Cuando la miras así, de arriba abajo. —De abajo arriba, será. —De abajo arriba, sí. Es lo mismo, ¿no? —Es lo contrario. —Pues por eso. Cómo cambia, ¿no te parece? Se ve de otra manera. La ciudad es lo mismo, entiéndeme, pero se ven otras cosas. —No sé. Se ven los balcones y las cornisas. Se ven las estatuas esas que ponen, que no sé para qué las ponen, si nadie mira para arriba. —Por si se ven mejor de lejos. —Eso será. —O por si las ven los vecinos. Desde el balcón de enfrente, o lo que sea. O para las postales. —Eso sí. Muy bien pensado. —O para justificar el gasto. A veces se acaba el año, no se ha gastado lo que había que gastar y toca hacer una estatua. —¿Eso lo sabes tú? —Saberlo, no. Pero me lo imagino. —Imaginarse no es saber. —Pero es casi lo mismo. Las dos personas normales siguen paseando, calle abajo (lo que se parece mucho a pasear calle arriba). Siguen mirando a lo alto, aunque se acuerdan a veces de comprobar dónde pisan. La segunda persona normal extiende el brazo. —Mira. Una galería. —¿Dónde? —Justo ahí —. La señala de nuevo. —Ah, sí. Es como de aluminio, ¿no? Qué fea. —Ya. Serán cosas de arquitectos. —Serán. Deberían prohibir hacer eso, ¿no? Si el resto de la casa es de ladrillo, pues la galería igual. Y, si es de piedra, pues lo mismo. Otra cosa sería que todo fuera de aluminio. —O de hierro, por lo menos. —O que fuera un piso de cada cosa. Así, tipo catálogo. —Tipo catálogo ¿cómo? —Pues el primer piso, de madera; el segundo, de granito; el tercero, de cristal, o lo que sea; y así. —Ah, ya. Eso estaría muy bien, sí. Eso sí se entendería. Pero de aluminio, no, que luego miras para arriba y qué susto. —Y luego están las envidias. Que seguro que eso lo ha hecho alguien de espaldas a la comunidad. Seguro que lo ha hecho uno en su balcón sin pedir permiso a nadie, para ponerse luego una tele y una butaca. —O un sofá. —O las tres cosas. O para poner unas plantas o algo. O para hacerse un rincón de leer, si está mal de la cabeza. El rostro de la primera persona delata una reflexión cuidadosa… —Pues dices tú, pero hay cosas que, si no se las escondes a la comunidad, no las haces. —No te sigo. —Hay cosas que, como haya que votarlas, no se hacen en la vida. —Ah, ya. Eso sí. —Hay cosas que, como le tengas que preguntar al del tercero, va el del tercero y te dice que no, aunque sólo sea por fastidiar. Aunque sólo sea porque él quería cambiar de ascensor y el del bajo no. Y, como hace falta unanimidad, pues eso. —¿Hace falta unanimidad? —Yo qué sé, si yo no bajo en la vida a las reuniones. Yo prefiero que decidan otros y quejarme luego. —Yo, lo mismo. —Ahora me dice el pequeño que quiere bajar él. Será algo que les dicen en la universidad, algo de ser útiles o algo. Pero yo le digo que no sea tonto, que haga como yo. Que quejarse es muy bueno también. —Y se queda uno mejor. —Mucho mejor. Eso le digo. —¡Mira! La segunda persona normal señala una gárgola que asoma de un edificio cualquiera. —Ese es el Demonio, ¿no? —Parece. ¿Qué pintará ahí? Es como de iglesia, ¿no? —Pues sí. Pero sacará agua igual. —¿Lo ves? Si no miramos para arriba, nos lo perdemos. ¡Y mira! La segunda persona normal señala ahora un mural. —Ahí. A la derecha del colegio. Menudos colores, ¿eh? ¿Para qué habrán hecho eso? —Para decorar, será. Para que no se quede vacío el muro. Para que no sea todo de cemento. —Pues mejor ahora, ¿no? —Mucho mejor. ¡Y mira! La primera persona normal señala una lona enorme. —Es la foto de la fachada que hay debajo. Así te imaginas la fachada. —Pues que quiten la lona, ¿no? —Estarán restaurando o algo. Pero está muy bien pensado. —Podrían cubrir la ciudad entera de fotos y ya no había que restaurar nada. —Sí, eso sí. —Podrían cubrir de fotos las casas y los monumentos y todo, y al principio sería un gasto, pero luego seguro que se ahorraba. —Pues seguro. —Habría que pensarse bien las fotos, porque serían para largo, pero la idea es buena. —No lo sé… Lo barato sale caro, como digo yo. —Sí, eso sí. Igual hay que darle una vuelta. —Pues igual. Lo importante es que son cosas que, si no miras para arriba, te las pierdes. Hay que mirar para arriba. —Eso digo yo. —Y luego, si te cansas, ya al suelo. —Es casi lo mismo, ¿no? -Pues por eso. -Por eso te lo decía yo. -Ya, ya. Si lo he entendido. -Pues por eso, pues por eso...