Volvía Gonzalo Caballero a la plaza donde estuvo a punto de perder la vida. Literalmente y sin literatura. Muerto se vio el propio torero: «Doctor, dígale a mi madre que la quiero». Chiqui del Hoyo veló a su hijo a los pies de una camilla la madrugada más larga de un 12 de octubre; ayer, dos años y medio después, abrazó de nuevo al torero. Una lujosa ovación le tributaron tras el paseíllo: «Esta afición es muy cariñosa cuando quiere», comentó mi vecino de atrás.
El regalo que le prepararon fue una señora corrida de toros. «Es imponente, aunque del Torero solo tiene el nombre», resumió desde su palco Guillermo Mesas, director del NH Ventas, al periodista Federico Arnás. Asustaban...
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