¿Cuánto vale una vida humana? La respuesta a esta interrogante metafísica la plasmaron sobre el terreno los premiados en la novena edición de los premios Sabino Fernández Campo que organizan ABC y BBVA con la colaboración de la Real Maestranza de Caballería. El exembajador de España en Kabul, Gabriel Ferrán, se muestra orgulloso de haber contribuido a salvarle la vida a unos 2.200 afganos en la evacuación de Kabul en agosto pasado. El comandante Ignacio Crespo, jefe interino del Escuadrón 802 de Rescate del Ejército del Aire encuadrado en el Ala 46 con base en Gando, lo tiene claro: «Tres vidas valen mucho».
El comandante Ignacio Crespo en el helicóptero Superpuma que pilota
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EFE
Las que él mismo, al mando del helicóptero Superpuma H215 del Servicio de Búsqueda y Salvamento Aéreo (SAR por sus siglas en inglés), consiguió salvar el 26 de abril de una muerte segura cuando el cayuco en el que intentaban llegar a las Canarias navegaba a la deriva a 280 millas náuticas al suroeste de la isla del Hierro, en alta mar lejos de las rutas mercantes y por tanto de cualquier posibilidad de supervivencia. «Hubiera acabado al cabo de unos meses en el Caribe», explica antes de referirse a la suerte de que un observador de un vuelo de instrucción detectara con prismáticos el bote con signos de vida a bordo.
La acción por la que la unidad recibirá este jueves el premio en «reconocimiento de actuaciones destacadas desempeñadas por personas o unidades militares en el ejercicio de su deber, con reversión manifiesta a la sociedad» llevó al límite las capacidades y recursos del equipo humano y técnico involucrado en salvar a esas tres personas de un bote donde yacían 24 cadáveres: «Cuando los avistamos se hicieron unos minutos de silencio pensando 'madre mía, hay que hacer el trabajo', porque el corazón se te encoge al ver la gente allí abajo», rememora el comandante Crespo desde Canarias.
Para llegar a proporcionarles una segunda oportunidad a los supervivientes del cayuco, la tripulación (comandante, copiloto, mecánico operador de grúa, dos rescatadores y una enfermera) tuvo que volar al límite de autonomía con repostaje incluido en la isla del Hierro para cargar depósitos extra de combustible en la cabina de carga.
Veinte minutos en la zona
«Disponíamos de no más de veinte minutos para llevar a cabo la operación de rescate» y eso, apurando la reserva de 200 kilos de combustible que dan para diez minutos de vuelo. La ausencia de viento también complicaba la tarea de subir a bordo del Superpuma a los tres supervivientes (dos hombres y una mujer) porque «la embarcación no tiene vida ninguna y con el rebufo del helicóptero se movía mucho»: «Era una situación dramática. Se te pone la piel de gallina de pensar lo que han tenido que pasar estas personas».
Momento del rescate con el helicóptero aproximándose sobre la vertical del bote
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ABC
La misión exigió al máximo al escuadrón: «Estábamos al límite». El avión CN 235 de la unidad barría los vientos para determinar la altura a la que debía volar el helicóptero para obtener el máximo rendimiento del combustible, en aquel caso a diez mil pies sobre el mar. Eso (por la densidad del aire, principalmente) les permitió apurar el combustible hasta dejar a los rescatados en el aeropuerto de Tenerife Norte, acortando plazos de traslado al hospital. En total, la misión les llevó once horas y media desde que se activó la alerta (antes de las once de la mañana) hasta que volvieron a la base, con las gafas de visión nocturna que alguien subió a bordo por si acaso. Más de nueve horas de vuelo.
«La satisfacción del deber cumplido»
«Lo hicimos muy bien esa vez, difícilmente hubiéramos podido sacar más, aunque de todas las misiones se aprenden lecciones», admite el comandante Crespo del Ejército del Aire: «Nos sentimos orgullosos de todos y cada uno de los rescates». Le queda, a él y a toda su tripulación, «la satisfacción del deber cumplido» que ahora trae aparejado el «reconocimiento público que es una motivación para seguir la vocación que tenemos de servicio». Y que él hace extensivo a toda la base aérea grancanaria y a sus familias, que son el sostén de su trabajo.
El cayuco donde murieron 24 personas, remolcado al puerto de los Cristianos de Tenerife
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ABC
El factor emocional fue muy duro aquella vez: «Imagínate estar a quinientos kilómetros de tierra en una misión, en la que la tripulación depende de ti, si a eso se suma el factor emocional, el corazón se te encoge». Como comandante, le tocó animar a la tripulación, cuando les mordió el abatimiento de pensar en las personas que dejaban atrás: «Hemos salvado a tres, eso es lo importante». Y cita como éxito la concentración, «mantener la sangre fría», en un barco lleno de cadáveres.
«Se agradece siempre un reconocimiento a tu trabajo, a todo el personal le ha hecho mucha ilusión recibir el premio porque aunque la hizo una tripulación, podía haberle tocado a cualquier otra», refiere. El escuadrón mantiene un avión y un helicóptero con la tripulación alertada 24 horas los 365 días del año para despegar en un plazo máximo de una hora.
Evacuación de Kabul
El mismo sentimiento colectivo embarga al exembajador español en Kabul, Gabriel Ferrán Carrión, galardonado en «reconocimiento de actuaciones de personal civil o entidad jurídica, con aportaciones manifiestas que ensalcen y contribuyan a poner en valor al colectivo militar». Ferrán se siente «honrado por la concesión de un premio a una labor que no es sólo mía, sino del equipo que trabajamos en Kabul y los que en Madrid dirigieron la operación». «Estoy muy agradecido a ABC y a BBVA», refiere el diplomático.
«Fue un trabajo planificado, porque se iba a evacuar al personal afgano, pero que se complicó por la toma súbita de Kabul por parte de los talibanes y a la que hubo que sumar la evacuación también de la embajada», rememora.
En la capital afgana, lo que empezó siendo una tarea a cargo de una veintena de personas fue engrosando el plantel hasta totalizar unos ochenta entre funcionarios de refuerzo de Exteriores, agentes policiales y militares destacados para salvar a unas 2.000 personas en verano a las que luego se han unido otras doscientas andando los meses. «En Madrid, eran decenas, porque intervinieron muchos ministerios, por supuesto Exteriores, también Defensa con la recogida en Torrejón de Ardoz, Interior con la labor de documentación, Sanidad, hubo un equipo interdepartamental».
El exembajador quiere aclarar que la decisión de permanecer en la legación diplomática partió del Gobierno «de prorrogar, aunque estaba cesado, unas semanas más mi función» y que, en realidad, lo que se hizo fue cambiar sobre la marcha el modus operandi de una operación de evacuación que se venía planeando desde primavera, cuando la capital cayó en manos de los talibanes. «Los talibanes nunca dejaron de hostigar al Gobierno afgano y cuando tuvieron noticia del acuerdo de Doha de que la coalición se retiraba redoblaron su ofensiva y ya desde abril en que se fijó la fecha definitiva de evacuación, el aumento de hostilidades fue a más. En primavera, cuando las noticias eran tan negativas, se comenzó a diseñar la operación de evacuación de la colonia española y los colaboradores afganos, pensando que el personal de la embajada no sería necesario, pero cuando estábamos en mitad, ocurrió el imprevisto de la toma de Kabul y hubo que reorganizar la operación y eso nos pilló de sorpresa», recuerda el exembajador en Afganistán, ahora en el Ministerio de Exteriores donde trabaja en la actualidad, en la dirección general de Europa.
«Se hizo una gran labor por parte de todos y creo que fue un gran éxito dado que las circunstancias eran muy difíciles y desgraciadamente para los afganos la vida allí es muy complicada», señala antes de puntualizar que, aunque el premio es «a mi persona, lo siento como una labor del equipo en la que participaron muchas personas».
