A los 83 años de edad, fue a pichear a la eternidad el último cubano que quedaba vivo de los exaltados al Salón de la Fama del Béisbol mexicano
Andrés Ayón nació con un guante en la mano y una pelota en la otra, y nunca los soltó, ni siquiera en sus últimos años cuando podía vivir de sus memorias. Pero a un hombre de béisbol por las cuatro costuras no hay quien lo saque del campo de juego.
A los 83 años de edad, este domingo se fue a pichear a la eternidad el último cubano que quedaba vivo de los exaltados al Salón de la Fama del Béisbol mexicano, donde aún se le recuerda por un juego perfecto firmado el 30 de junio de 1972 ante los Sultanes de Monterrey, y antes ya había propinado un no hit-no run el 25 de junio de 1966.
Hay otro dato que aquilata su inmortalidad: fue el primer lanzador en la historia de esa liga en conseguir por lo menos 20 victorias en tres temporadas seguidas.
Durante 14 campañas en la Liga Mexicana de Béisbol (LMB) tuvo marca de 169 triunfos y 98 derrotas y una efectividad fue de 3.15, ponchó a 942 y consiguió 21 blanqueadas, según una nota publicada en el sitio web de la LMB.
Con saldo de 135 éxitos y 37 derrotas en ligas menores muchos pensaron que iba a ser llamado al equipo grande de los Rojos de Cincinnati, la franquicia por la que fichó.
En Cuba jugó con los clubes Almendares y Marianao en la Liga Profesional Cubana y fue campeón par de veces en la Serie del Caribe. Dirigió en tres temporadas al equipo de Industriales.
Se le va a recordar además por sus aportes en proyectos de desarrollo del béisbol, encomienda a la que se consagró mientras tuvo fuerzas, a la par que participó también en iniciativas para promover la historia de nuestro deporte nacional.
Víctima de un infarto, Andrés Ayón nos deja una lección: el traje de pelotero es para toda la vida y el pícher que se respete no suelta nunca la pelota, real o imaginaria, pero todo el tiempo está encaramado en el box, desde donde ahora inspirará a las nuevas generaciones.
