La pérdida de una vida bajo cualquier circunstancia es motivo de dolor, sufrimiento incluso hasta indignación, (así como otros sentimientos) para las personas cercanas y aunque no así para quienes han “pasado a mejor vida”, como muchas veces se menciona.
En los últimos días los acontecimientos en los que tres personas fallecieron llamaron mi atención. Cada uno con sus circunstancias muy particulares, dos de ellos en nuestro país, uno con el sello del crimen organizado y el segundo, también lo es altamente probable por sus características.
Aranza Ramos desde hace siete meses buscaba afanosamente a su esposo, Brayán Omar Celaya, desaparecido en Sonora, sin resultados favorables, tanta devoción y amor a su marido la llevó a formar parte del colectivo “Guerreras Buscadoras”. Sin embargo y para su mala fortuna, en su “búsqueda” solamente encontró la muerte, ya que hombres armados la asesinaron el pasado jueves 15 de julio.
Vestir modelos de grandes marcas internacionales es el sueño de muchas personas, hombres y mujeres, tal vez crear ese tipo de prendas fue la inspiración de Sol Peralta Ojeda, diseñadora de trajes típicos en el estado de Guerrero. En esa entidad gozaba de gran reputación por sus trabajos típicos en los que se incluyen vestidos de boda y XV años, sobresaliendo (entre muchos otros) el de Miss Guerrero. Desafortunadamente su creatividad ha sido truncada, se le halló sin vida en la carretera Tixtla-Chilapa, Guerrero. Sus creaciones ahora deberán ser fuente de iluminación para alguien más.
Toda actividad conlleva un riesgo, algunas más por razones obvias. Para Danish Siddiqui, fotógrafo de Reuters y ganador del Pulitzer en 2018, acabó su existencia y su gran trabajo fotoperiodístico realizando la cobertura de un enfrentamiento entre Talibán y Afganistán.
Estos tres decesos, cada uno por sí solo es una tragedia por las circunstancias en que fueron privados de su existencia, de igual forma como significa el fallecimiento de menores de edad, mujeres, hombres y adultos mayores, en nuestro país y en el resto del mundo.
La muerte misma nos enseña nuestra propia vulnerabilidad o lo indefenso que somos, pero también nos lleva a valorar la vida misma y la existencia como una dualidad permanente.