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Muchos españoles, de esa clase de ciudadanos en eterno y gratuito estado de recelo que les lleva a sentirse siempre mal gobernados, tienden a pensar que en medio de una pandemia devastadora y persistente convendría que el ministro de Sanidad fuese un profesional sanitario. Un experto en salud pública o al menos alguien que aunque no sea médico sepa algo de hospitales, fármacos y tratamientos. Una persona que se acuerde de comprar jeringuillas adecuadas cuando empieza una campaña de vacunación masiva, por ejemplo. Pero ésta es una idea pedestre y arbitrista que revela un concepto trasnochado y esquemático de la política e ignora que la gobernanza posmoderna necesita fórmulas mucho más imaginativas en la que lo importante es la comunicación,...
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