La azafata interrumpió la conversación. Transcurrida más de una hora desde la primera advertencia, Ana Berenguer tuvo que abandonar la zona preferente y regresar a su asiento de turista, aunque, eso sí, con una sonrisa en el rostro. Durante ese espacio de tiempo, en la parte delantera del avión de Iberia que cubría el vuelo Madrid-Nueva York había prolongado el diálogo iniciado en Barajas con Felipe González, a quien la directora de la Fundación del expresidente, Rocío Martínez Sempere, acababa de presentar tras una feliz coincidencia en la sala de espera de la T4. La escena condensaba el guion vital de esta joven abogada alicantina, que años antes había partido de España con destino a Estados Unidos para completar una minuciosa preparación enfocada al servicio público. Y aquel día, justo cuando ya tenía decidido el definitivo regreso tras acumular en la mochila una notable carga de experiencia y estudio, el azar la colocaba frente a uno de sus referentes políticos para recibir una clase magistral en el trayecto entre las dos ciudades que, hasta ese momento, habían marcado su vida.