La mañana del 3 de julio de 1898, antes de intentar romper el bloqueo sobre Santiago de Cuba, el almirante Pascual Cervera y Topete se dirigió a sus hombres evocando las grandes glorias imperiales: «El enemigo nos aventaja en fuerza pero no nos iguala en valor. ¡Clavad la bandera y ni un solo navío prisionero!». El coraje sirvió de poco a una flota que, en inferioridad numérica y tecnológica, se estrelló contra la escuadra estadounidense con un resultado de 343 muertos, casi dos mil prisioneros y seis barcos embarrancados o hundidos. Más allá de arengas, Cervera y Topete se había confesado con su hermano en privado: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil».
Entre la declaración de guerra... Ver Más