De repente, una sacudida no prevista hace tambalearse el decurso del tiempo, que nos habíamos empeñado en creer inalterable. Y, en esas grietas súbitas que craquelan su esmalte, irrumpe el desconcierto al cual llamamos historia. A mí, me han vuelto, a lo largo de este verano de reflexión desolada, las potentes palabras con las que Walter Benjamin daba retrato al huracán histórico: «Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, el ángel de la historia ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y las va arrojando a sus pies… Lo que llamamos progreso es sólo esa tempestad».
En tales grandes tempestades, nuestro apacible vivir de antes se nos revela como tiempo muerto: y lo añoramos. Hasta el instante...
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