Se celebró la Misa Funeral en homenaje a las víctimas del coronavirus en la catedral de La Almudena, organizada por la Conferencia Episcopal, con presencia de los Reyes de España y las autoridades madrileñas.
El entorno gubernamental ha hecho hincapié en que no se trataba de un funeral de Estado, pues la ceremonia digna de tal nombre se celebrará el 16 de julio, será «civil», y sí contará con la presencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su vicepresidente Pablo Iglesias.
Será un acto laico, dicen, literalmente desalmado, probablemente masón y sin componente alguno de religiosidad (salvo la secularizada, obvia decirlo).
La televisión se une al olvido
El presidente Pedro Sánchez no acudió a la morgue del Palacio de Hielo, ni al hospital de Ifema, ni ahora a la misa funeral en La Almudena, quizás porque no son actos oficiales, es decir, de Estado. «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado», y siguiendo este estricto criterio mussoliniano, el gobierno regaló al acto la oficialidad mínima, la menor posible, la indispensable o, como se suele decir, el «perfil bajo». ¿Merecían miles de muertos un perfil institucional así?
Si la Misa Funeral no contó con la Persona del presidente del Gobierno, de visita en Lisboa, aunque a tiro del Falcon, ni con la Nueva Vieja Masculinidad del vicepresidente, Pablo Iglesias, sí estuvieron Meritxell Batet, presidenta del Congreso, y la vicepresidenta Carmen Calvo, representante del Ejecutivo, cuyo rostro en primer plano fue captado, casualmente, por la retransmisión mientras los Reyes se aproximaban a su lugar en la catedral.
Al no ser funeral de Estado, tampoco mereció el tratamiento televisivo estatal que sí tuvo la exhumación de Franco recientemente. La «no estatalidad» del acto disculpó las ausencias y también el desinterés televisivo.
La 1 de TVE conectó en «España Directo» a la llegada de los Reyes, y mantuvo la conexión hasta su entrada en la Catedral; también conectaron Cuatro y La Sexta, aunque, en este caso, aún con mayor brevedad, prefiriendo un recuadro informativo abierto en una esquina de la pantalla. Telecinco, que emitía su programa «Sálvame», dedicado a la información social, ni siquiera hizo mención a lo que estaba sucediendo en esos momentos. No hubo imagen alguna de la familia real.
El acto religioso sólo fue retransmitido por Telemadrid, donde un lapsus linguae hizo que llegaran a La Almudena «los Reyes magos», Trece TV, y +24 (en internet) al que TVE remitió a los interesados en la ceremonia. En el canal televisivo 24 Horas siguió el programa La Tarde con su carrusel cíclico de informaciones.
Acudieron a la misa el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, y representantes de Vox y Ciudadanos, pero la ausencia de los partidos del gobierno hizo que el acto pareciera inevitablemente un asunto derechista y parcial.
El desprecio televisivo, anejo al gubernamental, hizo inaudible e invisible toda reflexión sobre la dimensión espiritual de la tragedia vivida. A muchos no llegaron las palabras de consuelo del cardenal Osoro. Para algunas personas, esta privación de aliento se daría por segunda vez. Con ello, además, se hurtó la solemnidad del dolor y también la honda impresión que la hubiera acompañado. La única «ceremonia» televisada, unánime y con el plácet gubernamental ha sido la de los balcones.
Si esas decenas de miles de muertos no habían existido durante muchos meses, si su identidad, calvario y familias no ocuparon ni un segundo de algunas televisiones, es difícil que ahora pudiera retransmitirse un acto no propagandístico por sus almas y su memoria. Si no existían físicamente, ¿quién iba a pararse en su espíritu?
Almas no hay más que las susceptibles de ingeniería, y memoria no hay más que la del Estado, como quedó claro en aquella exhumación sí debidamente solemnizada y televisada al detalle.
La impotancia de SS.MM.
Se hizo muy visible la importancia que tiene la presencia de la Familia Real. Su mínima autonomía a la hora de asistir a un acto así adquirió toda su relevancia. ¿Qué presencia institucional hubiera tenido esta misa sin ellos? ¿Cuál hubiera sido el respaldo simbólico y a la vez plenamente neutral del Estado en este acto funeral? Hubiera quedado en una ceremonia de altura casi municipal.
Don Felipe, Doña Letizia, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, con su presencia, subrayaron la ausencia del presidente del Gobierno, su incumplimiento y su inmenso desaire, y también remediaron una gran soledad política y espiritual que, sin embargo, se presiente.
La memoria y las almas de las víctimas del coronavirus dicen demasiado de este gobierno y del Estado como para que su recuerdo y homenaje no resulten una molestia tramitable a la mayor velocidad.