Hipatia ha sido ampliamente promovida como la primera científica de la Antigüedad en su estatus de filósofa. Sin embargo, la directora de la escuela neoplatónica de Alejandría en el siglo V d. C. no fue la primera, sino que ya hubo otras filósofas en periodos anteriores. Si nos remontamos a la Grecia antigua, si bien la filosofía era un ámbito típicamente masculino, también ejercieron como pensadoras mujeres de la talla de Diotima, Aspasia de Mileto, Arete de Cirene, o en este caso, Hiparquía, denominada la filósofa «perruna» por pertenecer al movimiento cínico. Hiparquía, natural de Maronea en Tracia, vivió hacia el 325 a.C. Se desconoce su fecha exacta de nacimiento, pero se sabe que era unos ocho o diez años mayor que su marido, al ser su «floruit» en la 111ª Olimpiada, en torno al 336-333 a.C. Nació en una familia acomodada y seguramente ese fue el motivo por el que pudiese interesar por la filosofía al tener acceso a una educación, un hecho privilegiado para una mujer griega.
Su hermano Metrocles, notorio estudiante de filosofía en el Liceo de Aristóteles, conoció a Crates de Tebas y así fue que ambos hermanos se convirtieron en discípulos de este filósofo cínico, transformando sus percepciones sobre la sociedad. Hiparquía se enamoró no solo de la libertad y creatividad filosófica del cinismo, sino también de Crates. Por ello, pidió a su familia casarse con él, como correspondía a las normas de la sociedad griega. Sin embargo, el modo de vida liberal de Crates buscaba la auténtica felicidad a través de la virtud («areté»), viviendo de acuerdo con la naturaleza y eliminando los buenos modales dictados por las convenciones sociales. Ante dicho pretendiente, obviamente la familia de Hiparquía intentó persuadirla de que olvidara su amor por una persona pobre y tan particular.
Narra Diógenes Laercio en su obra «Vidas y opiniones de los filósofos ilustres» que incluso pidió al propio Crates que intentase convencerla para que anulara el matrimonio. En un intento desesperado de persuadirla se despojó de su ropa en público, mostrando que toda su posesión era su virtud, y que si deseaba ser su compañera de vida debía adoptar sus costumbres «perrunas». Hiparquía, inquebrantable, se comprometió con el estilo de vida cínico, vistiendo con un manto sencillo como el de su marido y proclamando: «Yo, Hiparquía, no elegí las tareas de una mujer de túnica rica, sino la vida fuerte del cínico».
Esta afirmación denota la autarquía detrás de una mujer comprometida con sus ideales, que ejemplifica a la vez la constante búsqueda del saber con un especial énfasis en el desapego de aquellas cosas que la mayoría de personas consideran beneficiosas. Y, sin embargo, de Hiparquía se siguen narrando anécdotas muy exageradas por extensión a las habladurías atribuidas a los cínicos. Tristemente, por su condición de mujer, se han transmitido ideas controvertidas que buscaban menospreciar su sabiduría, como la de que mantenía relaciones sexuales en público. Pero en realidad la «kynogamía», que significa literalmente que tuvo un «matrimonio de perros», alude al hecho de abandonar la comodidad de la riqueza familiar y comenzar a viajar para filosofar.
Hiparquía debe ser recordada no solo por su vida ascética y su matrimonio, sino ante todo por su agudeza intelectual. Se dice que sorprendió a Teodoro de Cirene con una conclusión filosófica a la que no supo responder, demostrando su habilidad con el lenguaje y la lógica. Hiparquía escribió tratados filosóficos y era conocida por «argumentar mejor que otros filósofos contemporáneos». A pesar de los esfuerzos por visibilizar a las mujeres filósofas en la Antigüedad, el protagonismo histórico ha sido predominantemente masculino, centrado en figuras como Sócrates, Platón y Aristóteles. Sin embargo, son muchos los nombres de filósofas en la antigüedad, como los de Gargi Vachaknavi, Axiotea de Fliunte, Maitreyí, Temistoclea de Delfos, Téano, Eumetis, Temistoclea, Myia, Damo, Arignota de Samos, Areta de Cirene, Batis de de Lámpsaco, Nicarete de Mégara, Melisa de Samos, Aesara de Lucania, Ban Zhao, Perictione, Timica de Esparta, Nicarete de Corinto, Leontion, Temista de Lámpsaco, Aesara de Lucania, Fintis, Ptolemaida de Cirene, Catalina de Alejandría, Xie Daoyun, Marcella, Sosípatra, Teodora de Emesa y Edesia, entre otras, que aparecen como testigos silenciados de indican que las mujeres también contribuyeron significativamente al desarrollo del pensamiento filosófico.