Se nos ha ido Joan Iborra, el amigo, el maestro, el músico excepcional, el que amaba la vida y la compartía con quien a él se acercaba. Se nos ha ido un trozo de historia, la que hacen los pocos que se comprometen con el destino y llevan de la mano a quienes quieren hacer camino, solo hacerlo sin importar la meta. Deja una huella indeleble en tantos, que su memoria será imperecedera. No morirá nunca en el alma y el corazón de los que lo queríamos y así no envejecerá nunca, pues el recuerdo, confundidos el presente y el y los pasados, forjarán una imagen del niño que nunca quiso crecer y que, con la inocencia y el valor de los que no sucumben a la mayoría de edad, defendía sus principios al precio que fuera. Distinguía muy bien la diferencia entre valor y precio. Eso lo hizo ser como fue: ejemplo de fe, de fidelidad a sí mismo y a quienes a su lado estuvieron, aunque a condición de que fueran sinceros, nobles, personas en una palabra.