Las novelas huelen a muchas cosas, pero, por norma, cada una tiene su propio aroma. Es aquel que las diferencia. Uno que llega al lector bien desde las primeras páginas, golpeándolo, o bien poco a poco, según se adentra en la historia. Así, esta novela, ‘Los prodigios de Gillingham’ (Velasco, 2021), del periodista y escritor José Francisco Rodil Lombardía, huele, por ejemplo, a cierta añoranza y también a niñez. ¿Y a qué huele la niñez? En este caso, al calor y sudor de un grupo de niños sentados en un banco mientras espían a un extraño vecino inglés que ha llegado al barrio.
Un extranjero alrededor del cual no dejan de producirse curiosos fenómenos. También huele al aceite y goma...
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