Su infancia serán recuerdos de cualquier partido del Sevilla, y un campo claro en el que habite el palaciego, parafraseando al poeta que mejor escribió tantos caminos y más veredas. Porque el primer capítulo de la historia de un campeón — ese duendecillo grácil que lo ganó todo — es el de un deportista humilde, honesto y sin dobleces del que presumen y presumirán por Andalucía y por toda España. Uno que integra los mejores valores en un mundo exagerado por las apariencias. Es, sin duda, la de un competidor inmaculado que siempre llevó una bandera en el pecho de Los Palacios y Villafranca por todo el mundo. Si se fijan, aún lleva dentro de sus mismísimas pupilas el niño...
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