Aquella noche, en el parque urbano de Ariake, hubo chispazos de magia. La luna asomaba sobre Tokio, la temperatura era cálida pero agradable, las luces pintaban el firmamento de colores alegres. Un chaval de 18 años, natural de Cáceres, introvertido y discreto, se enfrentaba a su primera cita olímpica en una disciplina que debutaba en los Juegos: la escalada deportiva. Su ambición era colarse en la final. Se le daba muy bien la dificultad, una de las tres pruebas de que constaba la competición, pero fallaba en los bloques y hacía lo que podía en la velocidad. De pronto, ese adolescente extremeño con el que nadie contaba corrió más que nadie por la pared vertical. Se colocó primero en la...
Ver Más