Pocas sonrisas en el rostro de Alcaraz. Después de cinco meses estupendos de alegrías, llegan las dudas, los problemas, lo que le faltaba por cumplir: demostrar que también sabe sufrir y remontar. Lo hace tras una batalla de más de cuatro horas ante un espléndido Albert Ramos, que lo llevó al límite del esfuerzo y a sumar a su historial una de esas páginas de entrega, pasión y lucha. En tercera ronda de Roland Garros.
Salva Alcaraz una bola de partido. Sopla el murciano, resopla Juan Carlos Ferrero. Faltaba quizá en este año impoluto del 6 del mundo un momento como este, un partido como este, una lección como esta: sufrir, que las cosas no salieran siempre bien. Y eso que en el primer set el joven de 19 años era el campeón que se ha hecho con títulos y victorias de pedigrí, el que se vaticina como el líder del futuro. En la pequeña Simonne Mathieu, los niños de las escuelas francesas asisten a una clase maestra de tenis de alguien que no es mucho mayor que ellos. Le sale todo a Alcaraz: derechas, reveses, dejadas. En apenas 25 minutos, 6-1. No es capaz Ramos de poner en marcha su estrategia de no permitir que el murciano encuentre la mejor posición para golpear. Pero Alcaraz es un muro de fondo, lo hace todo bien, con inteligencia, velocidad y efectividad. Un castigo para Ramos, que nota que sus cambios de altura y efectos apenas afectan a su rival.
Pero se activa el catalán. Ante esta situación, busca alternativas: ser más directo, alargar los puntos, tomar más riesgos, empujar a Alcaraz hacia atrás, sacarlo de esas posiciones cómodas y letales que encuentra siempre para golpear.
Se aprovecha al inicio del segundo parcial de esa adrenalina que a veces se desata en las manos de Alcaraz, con demasiadas prisas cuando tiene opciones de break (7/30), menos fuerza en el primer servicio, sin pensar que esto son cinco sets y no solo tres. Lo sabe muy bien Ramos, que encuentra mayor aplomo, comodidad por fin muy por detrás de la línea de fondo y recompensa: puntos y juegos que suma gracias a derechas profundas, ángulos propios que ya salen bien y, sobre todo, precipitaciones ajenas. Presiona y presiona el catalán, se enreda y se enreda ‘Carlitos’.
Acumula fallos su revés, casi todos en la red; su derecha ya no hiere a Ramos, que envuelve la pelota con su zurda para impedir que la mecha se prenda en la mano derecha del rival. Tampoco las dejadas son contundentes como al inicio, y sí un recurso que cada vez hace menos daño. El primer saque, después del fulgor inicial, tampoco encuentra firmeza. Sí lo hace el primer servicio de Ramos, muy incómodo ese cortado abierto para Alcaraz, que resta demasiado lejos y no consigue que su revés coloque la pelota con la contundencia suficiente.
Alcaraz sufre y sufre y sufre. 74 ganadores, pero también 74 errores no forzados. Por primera vez en mucho tiempo, salvo ese primer partido en Montecarlo, y se entendió por el cambio de superficie, las cosas le salen retorcidas. Por tenis, no hay duda de que Alcaraz tiene más. Por experiencia, Ramos tiene mucho que contarle. Apaga la chispa en el tie break del segundo parcial, a pesar de que el seis del mundo se revuelve de las tres primeras bolas de set.
Juega sobre el alambre el murciano, que tropieza y tropieza y tropieza en restar a dos metros por detrás de la línea. La raqueta llega, pero la potencia no. Y aprovecha Ramos para meterse en pista, para envolverlo en sus efectos, para engatusarlo y quitarle esa confianza con la que llegaba a París. Tira Alcaraz de aguante, físico, y se apoya en miradas al palco para encontrar ese aguante mental que recuerda a otros. Son 25 minutos de primer set, 77 en el segundo y 57 en el tercero. Y 10 minutos en el juego en el que Ramos consigue la primera bola de partido. Un buen revés del pupilo de Ferrero y un error del catalán dan aire al murciano, que saca puños en el tie break, esta vez para su lado, por fin paso más adelante en la pista.
No se rinde tampoco Ramos, que hace correr a Alcaraz de lado a lado, sin un despiste, con un gesto de rabia incluso porque la grada va con el joven, pero él está dando también un recital de juego, de tesón, de inteligencia, de paciencia. Veteranía. La diferencia. Tampoco le pesan los 34 años, ni las cuatro horas, suelto y cómodo, atrayendo al murciano a la red, donde la muñeca tiembla. No aprovecha Alcaraz sus bolas de break, sí lo hace Ramos. Cinco de seis para desequilibrar también el quinto parcial (seis de siete al final).
Pero si Alcaraz ya es ‘Carlitos’ para el planeta tenis es por, además de su tenis, su forma de dar espectáculo. Se desata la grada con el puntazo que se saca para conseguir, esta vez sí, el break que lo devuelve al partido. De 0-3 a 3-3. Ramos no ha bajado el ritmo, lo sube Alcaraz. Levanta los brazos, anima al personal, que responde encantada con el chico maravilla. Vuelve la chispa, aunque todavía a trompicones. Pierde el saque en la siguiente opción y lo recupera con otro de esos puntos increíbles, de esos que recuerdan a otros, de lucha, lucha y lucha. No hay más presión, no hay más Ramos, abatido y acalambrado. Sí hay tres saques directos para certificar su pase a la tercera ronda, con un par de lecciones en la mochila.
