Mi querido amigo Alberto Riera, agente de la propiedad, me reprocha mi comparación, en la última crónica, algo peyorativa, del mal momento del Barça con el Español y su actual residencia en Cornellà. Alberto es un tipo estupendo, sensacional. Verle cada mañana en el Arsenal me provoca dosis de una incomparable felicidad. Cualquier ofensa perica es ajena a mi espíritu y a mi voluntad; así que brindo esta crónica a don Alberto, a su simpatía y a su amistad.
El Barça cuando juega con Messi equivale a la derrota, y si además juega Busquets, mucho más. No es cuestión de algoritmos ni de supersticiones, sino de un pasado que se alarga como una siniestra sombra sobre todas las esperanzas, ensombreciéndolas. La trenza de Griezmann, lamentable, era otro augurio de la derrota. Qué triste es el postureo cuando hay tan poco talento. Un día el periodista de la Ser, Sique Rodríguez, se inventó una noticia para ser alguien, y cuando el Barça le desmintió, dejándole como merecía en ridículo, en lugar de disculparse, llamó al club para pedirles que insistieran en su mentira. Sique como la ridícula trenza de Griezmann, como el Barça actual, derrotas que no dependen de un resultado sino de una miseria personal y moral, que desde luego explica todos los demás naufragios.
El Barça empezó haciendo lo suyo, pero sin ningún interés, ni ninguna gracia, y la Real hizo lo que tenía que hacer, que es marcar sin avisar, dejando en evidencia la vacuidad de un equipo que ni es nada ni aspira a nada más que a hacer creer que su pasado prevalece cuando es evidente que todo decae. Que Alba, al cabo de pocos minutos lograra el empate de un bello disparo, no significa que el desastre no fuera total, sin ninguna clase, sin ningún motivo para creer que hay alguna posibilidad de salvación. De Jong en el 43 marcó el segundo y aun así todo parecía igual de deprimido. Ni siquiera en la victoria, los de Koeman parecían un argumento creíble en favor de la redención. Todo era pobre, todo sin ritmo, sin profundidad. Todo como una madre dispuesta a perdonar cualquier estupidez de sus hijos en la absurda pretensión de que la laxitud puede servir para educarlos.
Sin brillo
Partido menor, partido de equipo extraviado que hace lo que puede y que sin duda brilla en algunos destellos, pero que no puede servir para afrontar los grandes retos de la temporada. El geriátrico se sintió cómodo en la primera mitad, con un 67 por ciento de la posesión, pero sin ninguna idea de mundo mejor. Parece injusto –lo sé– criticar al equipo cuando gana, pero sería una falsa ilusión, indigna de un cronista serio, transmitir la menor confianza en este equipo y en estos jugadores. «Ganas de volver a veros», dice la pancarta madrileña de Laporta. Bien. Es el correcto sentimiento. Pero de momento es algo que está aún muy lejos. La trenza tontísima de Griezmann se parecía a su desesperante ineficacia. España no es un lodazal por casualidad, sino porque todo lo que podía ir bien, va mal. Koeman le cortó la trenza al francés, quitándolo. Entró Trincao.
La verdad es que my darling Alberto Riera tuvo razón el martes sintiéndose ofendido por la comparación del Barça con Cornellà. No tanto porque el Espanyol esté haciendo méritos importantes como porque no se puede acusar a lo pericos, ni a ningún otro equipo, de la deprimente dejadez azulgrana. Segunda parte deplorable, con el Barça jugando con fuego hasta casi quemarse. Isak ridiculizó a Mingueza y Pjanic sustituyó a Pedri. La Real empezó a bailar a un Barça incapaz de cambiar el escenario. Los de Imanol llegaron a estabilizar un 70 por ciento de la posesión.
Mal partido, noche perdida, la Real no fue gran cosa y el Barça todavía menos, pese a que el resultado final parezca sugerir lo contrario. Ter Stegen fue el héroe de la noche. No hace falta decir nada más. Se le hicieron eternos los últimos minutos finales, con la idea de que ni si la fuerza respondiera, igualmente las piernas nos temblarían demasiado. Se alargó en partido cinco minutos completamente soporíferos e injustificados.