Tras los casos de enfermedad grave que han aparecido en España a raíz de la picadura de una garrapata, la enfermera Julia María Ruiz Redondo, coordinadora del grupo de trabajo de Salud Pública 2.0 de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, pone su experiencia a nuestro servicio para que sepamos un poco más acerca de cómo se comportan estos ácaros, cuántos tipos hay, cómo debemos extraerlos cuando nos han picado y qué repercusiones pueden tener en nuestra salud.
Para comenzar con las aclaraciones, la experta comenta que «se trata de una realidad en absoluto nueva, pero que está comenzando a alarmar a la población a raíz del ingreso de un ciudadano de 74 años en Móstoles, con un cuadro febril y malestar general días después de la picadura de una garrapata. A partir de aquí, la población debe tener información solvente sobre las precauciones a adoptar en este asunto».
Las enfermedades transmitidas por garrapatas, «involucran a gran variedad de microorganismos capaces de producirlas. Según sean unos u otros, las enfermedades que causan en el ser humano van a recibir una denominación u otra», explica Redondo.
Cuando la garrapata encuentra un lugar para alimentarse, «agarra la piel y corta la superficie. Después, introduce su tubo de alimentación y, muchas especies, secretan también una sustancia similar al cemento que las mantiene firmemente adheridas mientras se alimentan de la sangre. Además, estos ácaros pueden segregar pequeñas cantidades de saliva con propiedades anestésicas, de modo que la persona pueda no sentir que la garrapata se ha adherido a su piel».
Según la especie, pueden chupar la sangre en cualquier momento, «desde minutos hasta días. Es posible que pequeñas cantidades de su saliva entren en la piel del animal huésped durante el proceso de alimentación. Si la garrapata contiene un patógeno, el organismo puede transmitirse al animal huésped».
«En España existe una gran diversidad de especies de garrapatas, alrededor de cuarenta, que se distribuyen de manera desigual dependiendo de factores ambientales como el clima y la presencia de hospedadores necesarios para completar su ciclo vital. Factores como el cambio climático, las modificaciones en los usos del suelo o la proliferación de animales silvestres que actúan como reservorios están conllevando posibles cambios en esta distribución».
Al objeto de evitar en exceso la alarma, es importante subrayar que «no todas las especies de garrapatas son capaces de transmitir microorganismos capaces de generar enfermedad en las personas (patógeno) a través de su picadura. La especie de garrapata determina, en gran medida, el patógeno que pueden transmitir».
La variedad Ixodes ricinus, por ejemplo, se encuentra en bosques de hoja caduca, con microclima húmedo, y puede parasitar en roedores, aves y carnívoros. Otra clase, Hyalomma Lusitanicum, predominante en zonas áridas, marismas y matorrales de todo el país, es la que puede transmitir el patógeno del virus de la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo. Pero hay muchas más.
Entre las enfermedades que pueden surgir a partir de la picadura de una garrapata están la Fiebre Botonosa; la Enfermedad de Lyme (con mayor incidencia en la mitad norte de España); la Anaplasmosis; la Tularemia (en Tierra de Campos, Castilla y León); y ciertos tipos de Encefalitis.
«En la actualidad, el foco está puesto en la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, dado que en España, está considerada como una enfermedad emergente al haber experimentado un aumento de incidencia en las últimas décadas. Los brotes cada vez son más frecuentes y se producen en una mayor extensión geográfica. Esta extensión, y la falta de un tratamiento específico, así como la dificultad para diagnosticar la enfermedad en sus etapas iniciales, la convierten en un reto para la Salud Pública», alerta Redondo.
En cuanto a la fiebre hemorrágica de la que hablamos, la enfermera de SEMG expone que «la duración del periodo de incubación depende del modo de contagio del virus. Después de la picadura de garrapata, la fase de incubación es generalmente de uno a tres días, con un máximo de nueve».
Además, «el periodo de incubación tras el contacto con sangre o tejidos infectados es normalmente de cinco o seis días, con un máximo documentado de 13».
Los síntomas, según informa Redondo, «comienzan súbitamente, en forma de fiebre, mialgia (dolor muscular), mareo, dolor y rigidez de cuello, lumbago, cefalea, irritación de los ojos y fotofobia (hipersensibilidad a la luz). Puede haber náuseas, vómitos, diarrea, dolor abdominal y dolor de garganta al principio, seguidos de bruscos cambios de humor y confusión. Al cabo de dos a cuatro días, la agitación puede dar paso a somnolencia, depresión y debilidad, y puede aparecer dolor abdominal en el cuadrante superior derecho, con hepatomegalia detectable».
Otros signos clínicos posibles son «taquicardia, adenopatías (inflamación de los ganglios linfáticos), y erupción petequial (erupción por hemorragia cutánea) en mucosas internas, por ejemplo en la boca y la garganta. Las petequias pueden dar paso a erupciones más grandes llamadas equimosis, así como a otros fenómenos hemorrágicos».
Los pacientes más graves «pueden sufrir un rápido deterioro renal, o insuficiencia hepática o pulmonar repentina después del quinto día de enfermedad. La tasa de mortalidad asociada es de un 30 por ciento, y la muerte sobreviene durante la segunda semana. Entre los pacientes que se recuperan, la mejoría comienza generalmente al noveno o décimo día tras la aparición de la enfermedad».
Julia Mª Ruiz habla de un primer bloque preventivo que consiste en reducir el riesgo de transmisión de garrapatas al ser humano. «Utilizar manga larga y pantalón largo en los paseos; evitar calzado abierto; usar ropa de colores claros que nos haga más fácil detectar si hay alguno de estos ácaros sobre ella; caminar siempre por la zona central de los caminos evitando el contacto con la vegetación circundante; y nunca sentarse en el suelo en las zonas con mucha vegetación son precauciones básicas».
Además, los profesionales sanitarios recomiendan «utilizar repelentes autorizados, siguiendo siempre las indicaciones de uso de la etiqueta. Si sales con tu animal de compañía recuerda que es conveniente que le apliques algún antiparasitario externo autorizado, y especial para garrapatas».
La enfermera consultada hace especial hincapié en la importancia de revisarnos al regreso de una excursión en el campo. «Al finalizar la jornada examina cuidadosamente todo tu cuerpo para detectar si te ha picado alguna garrapata y lava siempre la ropa con agua caliente. No olvides revisar a los niños».
Las zonas a las que debemos prestar especial atención son «las axilas, ingles, cabello, detrás de las rodillas, por dentro y fuera de las orejas, dentro del ombligo y alrededor de la cintura. Las garrapatas prefieren los lugares calientes y húmedos del cuerpo. Puedes aprovechar el momento de la ducha. Utiliza espejos si hace falta para poder ver bien todas las partes del cuerpo. Y recuerda revisar también a tus mascotas».
La enfermera de SEMG nos da a continuación una serie de pautas sobre lo que debemos, y lo que no debemos hacer cuando ya nos ha picado una garrapata.
«La garrapata debe extraerse lo antes posible. La mejor manera de hacerlo consiste en agarrarla bien pero sin apretar, con unas pinzas curvas, lo más cerca posible de la piel. Hay que extraerla de una sola vez, sin tirar bruscamente para que no se quede la cabeza dentro, circunstancia que provocaría una inflamación prolongada».
Pero cuidado, porque la enfermera añade algo que gran parte de la población da por bueno, pero que parece no tener fundamento científico. «La mayoría de los métodos extendidos entre la población general no sirven para nada, y además pueden provocar lesiones cutáneas, o hacer que la garrapata expulse saliva infectada en la zona de la picadura, lo que empeora el pronóstico».
Así pues, la experta deja claro que «tanto el esmalte de uñas incoloro, como el alcohol, la quemadura o el uso de vaselina son remedios populares inútiles para extraer una garrapata. Debemos hacerlo con mucha paciencia y con las pinzas. Una vez extraída, se aplica sobre la herida un antiséptico y, si apreciamos cierta hinchazón en el ácaro (que indica que ha estado ahí enganchado mucho tiempo), puede ser útil tomar un antihistamínico oral. Nunca debemos rascarnos».
«En caso de que no seamos conocedores de la técnica, nos genere dudas o nos dé respeto, lo suyo es acudir a los servicios de atención primaria para que procedan a hacer la extracción de forma segura».
Hay que ir cuanto antes, eso sí, «porque desconocemos si está infectada o no por alguno de los virus y bacterias que transmiten enfermedades, y el profesional hará una correcta valoración de la lesión. Él determinará si tenemos que seguir alguna medida especial. Si hay herida, tiene que verla el médico para hacerle seguimiento, porque puede que necesitemos tomar antibiótico y él es la persona que debe prescribirlo».