Recuerdan ustedes, con toda seguridad, los libros para colorear de nuestra infancia. Tenían una página con un laberinto cuyos túneles debíamos seguir cuidadosamente con un lápiz de color, hasta encontrar la salida, que con frecuencia conducía de regreso a la casa de la infancia (la única que hay, verdaderamente) o a un sitio moralmente limpio, ya fuera por su belleza estética o su valor cultural. ¿Recuerdan nuestra inocencia, nuestras risas al ganar, es decir al llegar antes que otros compañeros de juego al final del laberinto? Por desgracia, sólo pude disfrutar de estos li ...