Hay chapas que se llevan mejor que otras. Julio Tovar tiene dos o tres estrellas Michelin en eso de cocinar el tostón. Larga y larga, dora y dora, da cera y pule como la versión dopada de Daniel San, pero oye, ahí qué ver lo bien que se le da. Da gusto. Es como el ratón de biblioteca insomne que, por las noches, transmuta en gato pardo. Despista su mirada concentrada en las preguntas, como si le dieran ramalazos semi-autistas, para luego atacar con el Kaláshnikov recargado de autoestima mental. Dicho lo contingente, vayamos a lo necesario. Tovar ha parido un libro singular: Los Ángel ...