Elecciones vascas de 2009. Los partidos constitucionalistas suman 40 de los 75 escaños del Parlamento vasco: PSE (25), PP (13), IU (1) y UPyD (1). Elecciones autonómicas de 2020. Los no nacionalistas acumulan 23 asientos de la Cámara de Vitoria: PSE (10), Podemos (6), PP+Cs (6) y Vox (1). Diecisiete escaños menos en algo más de diez años. ¿Qué les pasa a los que compiten contra los abertzales?
No hay una sola respuesta para semejante pregunta. Pero está claro que una de las principales causas -acaso la más evidente y más inexplicable- de esta pérdida progresiva de apoyos está en la forma en que la sociedad vasca ha encarado el final del terrorismo de ETA. Los ciudadanos del País Vasco están optando por pasar página, en una suerte de amnesia colectiva según los historiadores, de manera que electoralmente no están premiando a los que más padecieron el terrorismo.
En una reciente entrevista con este diario, el ex líder del PSE Nicolás Redondo Terreros lo explicaba así: "Soprendentemente, en una primera instancia las sociedades tienden a olvidar rápidamente los sucesos traumáticos. Y, en ese sentido, se alejan de quienes establecieron las posiciones más combativas contra la banda terrorista. En Irlanda del Norte pasó algo parecido".
La realidad, interpretaciones aparte, es que desde que ETA no mata tanto el PSE como el PP han registrado sus peores resultados, tanto en votos como en escaños, de las últimas décadas. Justo lo contrario que sus oponentes nacionalistas, que en estos comicios han batido el récord de parlamentarios soberanistas. Entre PNV y Bildu ya ocupan más de dos tercios de la Cámara de Vitoria.
Si se hacen números y se mira con perspectiva, una de las claves de este cambio paulatino está en la política de alianzas de unos y otros. Aquello de que la unión hace la fuerza. En las elecciones del pasado domingo competían dos grandes partidos abertzales frente a cinco formaciones no nacionalistas (las que sacaron representación y Equo).
La política vasca siempre ha estado muy fragmentada. Muchos partidos han tenido representación en el Parlamento autonómico. Pero el nacionalismo se ha reorganizado en los últimos años. El caso más obvio es el de Bildu. El espacio político que antes ocupaba la izquierda abertzale tradicional ahora aglutina a los propios herederos de Batasuna, sí, pero también a Aralar, Alternatiba y Eusko Alkartasuna.
En los últimos años, en suma, los nacionalistas se han quedado representados en dos grandes fuerzas políticas. En cambio, entre los partidos constitucionalistas ha sucedido lo contrario. Las sucesivas irrupciones de Podemos, Ciudadanos y Vox han provocado una fragmentación del voto que se nota, y mucho, en los escaños conseguidos por los no nacionalistas.
La sociedad vasca vota cada vez más nacionalista, sí, pero al mismo tiempo es menos independentista. El pasado mayo se conoció que el 34,65% de los vascos se muestra partidario de contar con más autonomía para Euskadi, aunque solo el 14% defiende un estado independiente, según los datos recogidos en el DeustoBarómetro. No es la primera vez que una encuesta o barómetro apunta en esta dirección. Casi todos señalan la misma tendencia.
Esto, que parece una paradoja al ver los resultados del pasado domingo, cobra sentido sobre todo al estudiar el caso del PNV. El partido hegemónico vasco está creciendo en los últimos años gracias al discurso tranquilo del lehendakari, Íñigo Urkullu, que huye de cualquier intento de poner en marcha un procés a la vasca. Habla de "diálogo", de "acuerdo" y de "bilateralirad". Cree en "la nación vasca" y en el "derecho a decidir", sí, pero no en la vía rupturista. Esto está provocando, junto a otros matices, que los peneuvistas atraigan a un votante que antes estaba con el PP vasco.
Bildu sí apuesta por ese rupturismo. Pero durante la campaña electoral apostó por un discurso más abierto, centrado más en su izquierdismo que en su separatismo. El resultado es que su éxito se ha basado en gran medida en que, tal y como pretendían, los bildutarras han logrado atraer a numerosos electores que hace cuatro años votaron a Podemos.
Esos trasvases de votos apuntan a que de alguna manera la política vasca camina hacia un bipartidismo nacionalista de PNV y Bildu, con ambas formaciones como los dos grandes referentes de la política, uno a la derecha y otro a la izquierda, para los ciudadanos de la comunidad. Uno triplica y el otro dobla al PSE, partido constitucionalista más votado.
Sin duda, otra cuestión que está favoreciendo en Euskadi a PNV y Bildu es su papel decisivo en la política nacional. Los constantes acuerdos de todos los gobiernos con los peneuvistas, por un lado, y los recientes pactos del Gobierno de PSOE y Podemos con Bildu, por el otro, empujan a los ciudadanos decantarse por las opciones nacionalistas. Porque ellos sí consiguen cosas (las competencias del PNV o la promesa de derogar la reforma laboral de Bildu) y porque, con esos pactos, los representantes vascos de los partidos nacionales quedan una y otra vez desacreditados ante sus electores.
El fenómeno, en suma, es muy complejo. Para explicarlo y comprenderlo al detalle habrá que tener en cuenta, además, numerosos errores estratégicos de los no nacionalistas y, por supuesto, otras cuestiones sociológicas o históricas como la educación, el funcionamiento de los medios públicos o la apuesta mayoritaria por preservar la cultura vasca. Todos esos factores son los que tienen que descubrir y combatir unos partidos, los no nacionalistas, que algo tienen que hacer si quieren frenar su caída libre.