Hace un par de días vi en Netflix: Untold: Malice at the Palace. Malicia en el pabellón. Aunque realmente no se tradujo literalmente así. Un documental que forma parte de una serie de capítulos llamada “Secretos del deporte”. El tema elegido es la tumultuosa y grave pelea ocurrida entre los Pacers y Pistons en el ya desaparecido pabellón de Auburn Hills de Detroit un 19 de noviembre de 2004. Lo recomiendo. Allí se establecieron las sanciones más salvajes que nunca se hayan realizado en la NBA. Lo poco que se había profundizado en los sucesos que derivaron de aquel altercado y las discutidas decisiones, la NBA fue más severa que los juzgados estadounidenses, que tomó David Stern por evitar una imagen de agresiva y sin control de jugadores de gueto golpeando a aficionados. Allí los hoosiers de Reggie Miller y Jermain O'Neal perdieron, para siempre, una oportunidad única e irrepetible. Aquí los más damnificados:
-Ron Artest (Indiana Pacers), ahora Metta World Peace, casi 5 millones de dólares y, habiendo jugado tan sólo 7 partidos, imposibilitado para jugar un sólo encuentro más en lo que restaba de temporada,
-Stephen Jackson (Indiana Pacers), alrededor de 1.7 millones y 30 partidos.
-Jermaine O’Neal (Indiana Pacers), alrededor de 4.1 millones y 15 partidos.
Se trata de un instante, un momento, un segundo en el que algunas personas pierden el control de su fuerza y la ejercen con cada newton que generan en su cuerpo hacia cualquier otra, animal, objeto… lo que sea que tengan delante, nunca calibrando el daño que puedan producir.
Hay veces que esa tormenta siempre está dentro de ti, hay otras veces que es estar, como suele decirse, en el lugar y momento equivocado.
Tengo un amigo que es como un hermano. Es una de las mejores personas que he conocido. Templado, empático, sensible, inteligente, creativo, talentoso, divertido, cariñoso, músico, docente y un disfrutón de la hostia. Sólo tengo que llamarlo y estará ahí. Tuvo una adolescencia muy difícil con la medio desaparición de su padre. Le tocó ocupar el puesto de papá durante unos meses, no obstante, nadie sabía, ni siquiera su propio padre, si iba a ser para siempre. Tenía una hermana bastante más pequeña y su madre estaba inmersa en continuos ataques de nervios. Por mucho que lo intente imaginar, no debo tener ni idea de la presión que debió sostener. El hecho es que, esos meses tan jodidos coincidieron con su entrada al instituto, el cual, en el 85, estaba ubicado en una de las zonas más chunga de la periferia de Barcelona. Allí, aunque aún no se establecían acciones ni se daba nombre a ciertos abusos, los pipiolos, alumnos que llegaban nuevos, sufrían todo tipo de bullying de algunos alumnos que ya llevaban uno o varios años allí. Collejas a mansalva, resignación ante continuos robos a cara descubierta, cabezas dentro de letrinas y otros tipos de humillaciones públicas. Un día, el bueno de J. fue rodeado por un grupo de este tipo de cobardes. Al frente, el más machito de todos le increpó delante de todo el mundo. J. se giró para intentar salir de aquella situación de forma discreta y cuando notó que le agarraban se volvió a girar, esta vez hacia el tipo que intentaba retenerlo, y le conectó, con todas sus fuerzas, un puñetazo que acabó con aquel abusador en el hospital con la nariz rota. Él se giró de nuevo para seguir su camino como si nada, por dentro estaba aterrado, en un intento por evitar que aquel grupo se le tirara encima y le diera una paliza. Para su sorpresa, nadie hizo un gesto por intentar volver a pararlo. ¿Os imagináis tener esos demonios dentro de por vida?
En el verano de 2004, Larry Bird y Donnie Walsh se habían hecho con otro jugador muy problemático pero de mucha calidad: Stephen Jackson, éste se sumaba a personalidades tan geniales como díscolas como las del entonces conocido como Ron Artest y Jermaine O’Neal. El primero imagino que criado en el fondo de los peores guetos de Queens. El segundo lo hizo viendo ondear la bandera confederada en edificios públicos de administración en su negra, pobre y castigada Carolina del Sur. Metta Sandiford-Artest (bueno, en 2020 se volvió a cambiar el nombre antes era Metta World Peace) no duda en afirmar sobre Jackson en el documental “los dos somos de la calle. Había una rivalidad constante por ver quién era el mejor alero. Casi llegamos a las manos. Al final le dije, ok Steve, lo conseguiste. Ese tío está loco”. Tela para un tipo como él diga eso. Por su parte, O’Neal aseguró en el mismo ‘docu’: “Jack es una persona muy agresiva, tenemos rasgos parecidos”. Pólvora a mansalva, qué locura para cuerpo técnico, delegados y de más integrantes de la franquicia que tuvieran que lidiar con ellos dentro y fuera de las pistas.
El equipo a batir eran los campeones: los Detroit Pistons. Eran muy buenos y muy duros. Eran la herencia de aquellos Bad Boys de Thomas, Laimbeer, Rodman, Dumars y etc. Para más Inri, habían eliminado a los Pacers la temporada anterior por 4-2 en las finales de conferencia cuando los de Indiana habían tenido el mejor balance en la liga regular (61-21).
Aquel partido inicial tenía todos los alicientes para que pudiera explotar en cualquier momento con un Ben Wallace al que se le había muerto un hermano hacía muy poco. Sin embargo, según se divisa en la ‘cinta’, no se previno con un buen número de policías y personal de seguridad. Seguramente pensaran, 'hey, esto sólo está empezando'. Craso error. Golpes, encontronazos, flopping, trash talking… Reggie Miller, con traje y con un dedo roto, aventuraba poner tener su posible primer campeonato. O’Neal, obsesionado con conseguir un título, también. Partido en el saco: a 46 segundos los de Rick Carlisle ganaban de 15 puntos pero Ron, alentado por el mismo y… Jamaal Tinsley, hizo una falta muy dura sobre Wallace cuando el partido ya estaba listo para sentencia. A partir de aquí ya saben, la trifulca acabó con Artest y Jackson saltando a las gradas y pegándose con aficionados después de que RA recibiera el impacto de una cerveza. Luego, el altercado seguiría a pie de pista donde O’Neal se unió golpeando a un fan que había bajado al parquet con claros síntomas de embriaguez y a quien ya había dado un puñetazo el propio Artest. Según asegura Miller, aquel hombre tuvo suerte “porque Jermain resbaló” y no le alcanzó de pleno “si no ese tío estaría muerto”. Puede ser.
Los Pacers acabarían la liga en semifinales de conferencia, sin el concurso de Ron por la recordiana sanción derrotados de nuevo por los Detroit Pistons. El balance, otra vez 4-2. En la final de la NBA serían los San Antonio los que harían a trizas los sueños de los de la ciudad del Motor. ¿Qué habría pasado si Ron hubiera estado allí? El mejor defensor perimetral estaba promediando 24.6 puntos, 6.4 rebotes, 3.1 asistencias, 1.7 robos y 0.9 tapones. En pocos partidos, cierto pero no olvidemos que el curso anterior había promediado 18.3 puntos, 5.3 rebotes, 3.7 asistencias, 2.1 robos y 0.7 tapones. El tío estaba hipermotivado y como todos sabemos, bien encajado y controlado era el complemento perfecto para ganar un campeonato. Mi compañero, Simón Ruiz, en Solobasket cubriendo la NBA durante varios años no lo tiene lo tiene claro: "Artest no era tan diferencial, en mi opinión. Sigo pensando que no les llegaba para anillo. Como los Heat ahora, equipo peligroso, pero insuficiente para ganar". Yo, tengo dudas, no por la calidad de los Pacers sino por si estos tres, O'Neal más influenciado que enciendo la mecha, no hubieran metido la pata hasta el fondo en otra ocasión. Ron y Jermain no se aguantaban por mucho que Miller intentaba echar tierra de por medio.
La temporada acabó con la amarga retirada de Reggie Miller a sus casi 40 años, un icono para cualquier hoosier, que se quedó sin rascar un anillo en toda su larga carrera. Con la misma maldición sobre O’Neal, quien reconoce aún no estar recuperado de aquellas oportunidades perdidas, con Artest forzando su traspaso la temporada siguiente y ganando en 2010 junto a Kobe y Pau un anillo con los Lakers. Sobre el loco Jackson, fue traspasado un par de campañas después. SJ ya había ganado un anillo con los San Antonio Spurs en 2003.