Hace un tiempo, llegó a un banco y el cajero que la atendió le dijo: “Doña Rosario, ¿cuál es su apellido?”. A lo que ella, con una gran fisga, respondió: “El de Rosario es Espinoza, y yo soy Cecilia García”. Más de un cuarto de siglo después de la popular serie de televisión El Barrio, a la octogenaria comunicadora, abogada y actriz la siguen llamando como a su personaje: doña Chayo, una villana, una señora chismosa, jodiona, incómoda e inolvidable.
“Hasta la fecha, soy doña Chayo”, asegura la actriz que actuó en la película Memorias de un cuerpo que arde, de Antonella Sudassassi, que representará a Costa Rica en la competencia por los premios Óscar y los Goya.
“No solo Cartago vive, también doña Chayo. Es tan recordada porque era la mala. Me gusta ser la villana, no la buena. Sin embargo, no la hice tan mala como querían. Chayo es un ser humano: sí, es mala, chismosa, jodida, pero también ayudaba a las vecinas y lloraba cuando se emocionaba. Le agregué cositas, gestos, palabritas… La humanicé”, explica orgullosa del personaje que interpretó luego de que Óscar Castillo, director de la teleserie, la invitara a una audición y ella se adueñara del papel.
A diferencia de otros integrantes del elenco de El Barrio, García ya estaba en la mente de la gente: hacía comerciales de televisión −es especialmente recordada como la suegra en un anuncio de la marca Irex−, había salido en Telenoticias y participaba en teatro, cine y televisión desde los años 60. De hecho, ella fue una de las caras del programa Álbum de recuerdos, junto a los recordados Carlos Alberto Patiño y Nelson Brenes, en Canal 7 hace más de seis décadas, cuando esa televisora tenía poco tiempo de nacida.
Así como ella le aportó humanidad a la incómoda de doña Chayo, aquella le dio mayor proyección de su trabajo actoral. “Tenía mayor cercanía con la gente y sentí la identificación del público”, recuerda.
¿En la vida real es villana? Aunque no es categórica al responder, sí confiesa que es fácil identificarse con los villanos porque están en contra, son diferentes, no son comunes…
A ella le gusta ir contra corriente, incluso desde muy niña la irreverencia se hizo un lugar en su vida. Recuerda que su primera plaza pública fue a los 7 años: ella leía, sumaba y restaba desde los 4 años; sin embargo, su maestra no le creyó cuando dijo en frente de la clase que podía leer y todos sus compañeros se rieron de ella. Al día siguiente de aquel episodio, mientras la docente pasaba lista, la niña se subió al pupitre y leyó en voz alta; luego remató con lo evidente: “Yo sé leer”. Por supuesto se la llevaron de las orejas a la dirección y la castigaron, pero el acto para levantarse de la humillación ya estaba hecho.
“Siempre he sido una irreverente; no sé si será una ventaja. A veces es una carga muy fuerte”, confiesa esta mujer cédula 6, que nació en Puntarenas y, luego, se mudó con su familia a San José cuando era pequeña y su papá se vino a trabajar a la Junta de Protección Social.
Su vida ha sido rica, plena, dichosa y, ciertamente, poco común. Empezó a hacer teatro a los 15 años; con una faja en la mano, su papá la alejó de ese arte porque llegó de un ensayo a las 11 de la noche y eso no era “decente”. Sin embargo, ella se encargaría de encaminarse hacia las artes dramáticas décadas después. Se casó y tuvo tres hijos: Trilce, Jorge y Álvaro. Era otra época y su esposo no la dejaba estudiar. Sin embargo, ella no se quedó queditita con aquella imposición: le dijo a su marido que iba al gimnasio y se iba a la UCR.
Su primera idea era estudiar para abogada; incluso fue a la Facultad de Derecho de la UCR, pero al ver el programa tan largo, se dijo que no era factible y escogió algo cercano: el periodismo. “En aquella época, la escuela de Periodismo estaba en el mismo edificio. Era lo más cerca de Derecho que encontré”, cuenta. Aunque no precisa el año, recuerda que era empezando los años 70.
Como insiste: eran otros tiempos. La mujer era de la casa y el hombre decidía qué se hacía. Un día, se enfrentó a su esposo y le dijo que al día siguiente le daban el título de bachiller. A partir de entonces, ella comenzó a trabajar.
Hizo cosas muy interesantes como periodista allá en los años 70 y, como parte de su trabajo, se codeó con Henry Kissinger, el príncipe de Inglaterra y el rey de España. Trabajó en Telenoticias, en la Asamblea Legislativa y con muchas figuras destacadas de entonces y luego en la Universidad de Costa Rica, donde reorganizó la Oficina de Publicaciones, fundó la Oficina de Divulgación e Información y fue profesora.
En 1983 se divorció. Ante su nueva etapa, hizo tin marín de do pingüe: ganó el teatro y perdió de nuevo el derecho. Estudió en el Taller Nacional de Teatro y en la Universidad Nacional (se egresó, mas no se graduó) y se dedicó a ser actriz, con la complicidad de muchos colegas, como Marcelo Gaete y Sara Astica. “Opté por no ser decente”, agrega, y se ríe de su recuerdo de adolescente y de los cambios del mundo.
Se le ha visto en muchos trabajos en las tablas y en los sets de TV y cine. Por ejemplo, en la obra Magdalena, Exhombres o Patio de atrás, así como en la serie La Pensión, interpretando a Susana, o en anuncios de la Coca Cola u otras marcas.
También fue parte de grupos de mujeres que promovían cambios en el país, administró un hogar de ancianos y ahora les da clases a estudiantes de Derecho para prepararse para el examen del colegio profesional. “Ya son 28 años dando clases. Enseñar es un privilegio”, dice. Por si fuera poco, corrió autos en rallies y ha participado en política: fue parte de la fórmula presidencial con Miguel Salguero en el Partido Fuerza Democrática.
Cada etapa de su vida la ha disfrutado con plenitud. “Cada cosa la he gozado y la he vivido intensa y apasionadamente”, puntualiza.
En el 2015 le diagnosticaron cáncer de mama, a ella que siempre se hacía el autoexamen sugerido. “El cáncer estaba metido en el ducto de la leche”, revela, y aprovecha para decirle a las mujeres que acudan a hacerse la mamografía y el ultrasonido de mamas regularmente. La operaron (una cuadrantectomía en un seno) en agosto de ese año y recibió radioterapia y medicación.
La vida se impuso y decidió que ya era tiempo de cumplir un viejo sueño: estudiar Derecho. La tercera fue la vencida. Se graduó en el 2023 a los 80 años y se convirtió en un ejemplo.
En casa de Cecilia García, en San Pedro de Montes de Oca, no hay espacio para el minimalismo, pero sí para objetos llenos de recuerdos e historias importantes para ella. Es una casa que habla por sí sola. Un sombrero proveniente de Bolivia, un mueble antiguo con sus historias y las de otros, un cuadro que le compró a un renombrado amigo pintor… Recorrer su hogar es conocerla mejor.
Bajo un enorme ficus que se extiende desde el patio hacia la terraza confiesa que su familia es lo más importante para ella y que está orgullosa “hasta el infinito” de sus hijos. Aparte de sus tres hijos, tiene siete nietos y dos bisnietas. “Soy la mejor abuela”, declara sin lugar a discusiones.
La cantautora Fátima Pinto, una de sus nietas, podría hablar al respecto, ya que almuerza con su mamá y su abuela todas las semanas. Al hablar de Fátima, a Cecilia se le ilumina la mirada y recuerda que pocos se dieron cuenta cuando la artista apareció, cuando era niña, en un capítulo de La Pensión comiendo helados en el minisúper de Camacho.
También se emociona al hablar de lo que ha logrado Álvaro Jirón, su hijo, y Trilce, su nieta, con el negocio La Repa de Sueños. “Son un ejemplo”. Y no se puede olvidar de su nieta Beatriz Cecilia, que lleva su nombre y la hizo bisabuela. La actriz y periodista puede hablar horas y horas de su familia para subrayar su reconocimiento hacia ellos y también el amor que recibe.
Sigue teniendo su carácter, manteniéndose flexible, y comiendo sano para seguir agregándole años y personajes al tiempo que le tocó vivir. Doña Chayo es un recuerdo vivo, pero doña Cecilia, una fuerza imparable.