En Australia, California, la Amazonia y numerosos lugares, los cielos rojos, resplandecientes y llenos de humo y ceniza son cada vez más comunes. Además de destruir hogares, vida silvestre y ecosistemas, los incendios forestales suelen provocar un enorme deterioro de la calidad del aire, con serias consecuencias para la salud humana.
Incluso en tiempos normales, el 99 % de la gente respira aire cuya calidad no alcanza el umbral fijado por la Organización Mundial de la Salud. Pero desastres como los incendios forestales agravan la situación: al aumentar la contaminación y la presencia de alérgenos en el aire, también aumentan las hospitalizaciones por trastornos respiratorios, incluso en áreas alejadas del incendio. El año pasado, durante los diecinueve días en los que el humo de los incendios forestales en Canadá llegó a Estados Unidos, las visitas a la sala de emergencias por asma aumentaron un 17 %.
Con el incremento de la frecuencia e intensidad de estos desastres debido al cambio climático, es inevitable un aumento de los efectos sanitarios. El riesgo es particularmente alto para quienes padecen trastornos respiratorios (como asma y enfermedad pulmonar obstructiva crónica o EPOC), ya que son más sensibles a la presencia de contaminantes y alérgenos en el aire. Y el problema se agrava por el aumento de las temperaturas: un estudio halló que las hospitalizaciones por EPOC aumentan un 1,5 % por cada grado adicional por encima de los 23,2 °C.
El avance del cambio climático también expone a problemas respiratorios a quienes sufren ciertas alergias. Por ejemplo, en los últimos 20 años, la combinación de temperaturas en aumento y una mayor concentración de dióxido de carbono en el aire ha causado un incremento constante de los recuentos de polen. El cambio climático ya ha ocasionado un alza de los diagnósticos de enfermedades respiratorias en pacientes nuevos, al tiempo que empeora los síntomas de quienes ya las padecían.
Lo mismo vale para las enfermedades relacionadas con el sistema inmunitario, ya que muchos de los factores ambientales con efecto sobre el sistema respiratorio (por ejemplo, las altas temperaturas y alérgenos en el aire) lo someten a estrés. Esto suele dar lugar a trastornos inflamatorios, que causan más de la mitad de las muertes en el mundo.
Además, hay abundantes pruebas de que la contaminación del aire libre se vincula con enfermedades de la piel, por ejemplo hiperpigmentación, dermatitis atópica y psoriasis. Los efectos del cambio climático también pueden empeorar otros trastornos que afectan al sistema inmunitario, incluidas dolencias infecciosas como la meningitis y diversas enfermedades tropicales desatendidas.
Quedarse en casa no es protección. Se calcula que la contaminación del aire en ambientes cerrados (también agravada por el cambio climático) produce alrededor de 1,6 millones de muertes al año; más de la mitad corresponde a niños de menos de cinco años en países particularmente vulnerables a los efectos del cambio climático.
En vista del agravamiento de la crisis climática, es urgente tomar medidas para proteger la salud de las personas. Para empezar, el sector sanitario debe identificar los principales riesgos ambientales creados o agravados por el cambio climático, dilucidar sus posibles consecuencias y fortalecer las medidas de respuesta y prevención frente a los trastornos y enfermedades. Hay que complementar las cadenas de provisión de atención médica con tratamientos específicos para esas afecciones.
En la respuesta a los efectos del cambio climático sobre la salud, el uso de la inteligencia artificial es esencial. Es evidente que esta tecnología tendrá un papel importante en la acción climática: hay estudios que muestran que extendiendo a gran escala aplicaciones y tecnologías ya probadas, la IA ayudará a reducir la emisión global de gases de efecto invernadero (GEI) en hasta un 10 % en el 2030 (el equivalente a toda la emisión anual de la Unión Europea). La IA también reforzará en gran medida las iniciativas de adaptación al clima.
Mediante la identificación de pautas de aparición de posibles eventos climáticos, la IA ayudará a identificar y preparar a las poblaciones vulnerables y elaborar planes de respuesta antes de que sucedan. La IA ya ha demostrado su capacidad para predecir olas de calor. Esta capacidad predictiva significa que también ayudará a mejorar la eficiencia de fuentes de energía renovables (como la eólica y la solar), optimizar las redes eléctricas y reducir interrupciones en la producción de energía.
Por último, el sector sanitario debe trabajar con organizaciones locales y filantrópicas y con los trabajadores comunitarios para poner tratamientos al alcance de quienes los necesitan. El cambio climático afecta en forma desproporcionada a países de ingresos bajos y medios; esto se debe a una variedad de factores, que incluyen la inseguridad alimentaria, la exposición al aire contaminado, la falta de agua pura y saneamiento, y el acceso limitado a medicinas y vacunas de calidad. Muchas de las comunidades más vulnerables son también las más remotas, de modo que será esencial el apoyo in situ de personas familiarizadas con las condiciones locales.
A la hora de limitar los efectos sanitarios del cambio climático, no hay sustituto a la acción global contra el aumento de temperaturas, sobre todo mediante la eliminación de las emisiones de GEI. Pero, puesto que cierto grado de calentamiento global es inevitable, también es esencial diseñar estrategias para la respuesta a los riesgos sanitarios asociados, sobre todo entre los pacientes y comunidades más vulnerables; y esas estrategias deben poner en lugar central el uso de la IA y una colaboración eficaz entre las organizaciones.
Paul Hudson es el director ejecutivo de Sanofi.
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