Medio Oriente se asemeja a una zona de terremotos con múltiples fallas. Esta semana, los combates aumentaron drásticamente a lo largo de una de esas líneas: la frontera de Israel con el Líbano, y más específicamente, entre Israel y Hizbulá. Esto, a su vez, desencadenó actividad a lo largo de otra falla, ya que Irán, patrocinador de Hizbulá, respondió disparando misiles balísticos contra Israel, que prometió responder severamente. Menos claro está lo que vendrá a continuación, ya sea a lo largo de estas fallas particulares o en otros lugares de la región.
Lo que hizo que la escalada fuera casi inevitable fueron los ataques con cohetes de Hizbulá contra Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre. Israel evacuó a unos 60.000 ciudadanos de la frontera norte para protegerlos del riesgo de ataques similares, pero los crecientes intercambios de fuego entre Hizbulá e Israel hicieron imposible su regreso seguro.
Sin embargo, lo que causó la aparición de este nuevo frente es que la situación en Gaza había alcanzado una especie de nuevo equilibrio. En el último año, Israel había degradado drásticamente la amenaza militar que representa Hamás. Entre 10.000 y 20.000 de sus combatientes han sido muertos, y muchos de sus líderes han sido asesinados o se han visto obligados a esconderse indefinidamente en el laberinto de túneles de Gaza. Israel determinó que podía cambiar su enfoque de manera segura hacia su frontera norte y contra Hizbulá.
Lo que Israel ha conseguido hasta ahora contra Hizbulá es impresionante. Primero, mediante la detonación de explosivos implantados en buscapersonas (bíperes) y radios, y luego mediante bombardeos aéreos selectivos, Israel ha diezmado el liderazgo superior de Hizbulá, incluido Hasán Nasralá, líder del grupo durante más de tres décadas, y ha matado a un número significativo de combatientes de este partido chií libanés.
Después de los costosos fracasos de inteligencia de Israel antes del 7 de octubre, los ataques contra Hizbulá han revitalizado su prestigio al demostrar su continua capacidad para obtener información precisa sobre sus enemigos y explotarla de manera decisiva. La creencia de que Israel y Hizbulá habían llegado a un punto muerto, con Israel suficientemente disuadido de actuar de manera contundente por la capacidad chií de desatar un bombardeo de misiles, ha sido desmentida.
Israel siguió sus operaciones encubiertas y ataques aéreos con una incursión terrestre en el Líbano de alcance y duración desconocidos. También es incierto el propósito. Eliminar a Hizbulá es imposible, y ocupar grandes extensiones del Líbano sería una mala decisión, dada la historia de Israel en tales empresas.
La política actual de Israel parece estar diseñada más para desalentar a Hizbulá de futuros ataques, pero esto también puede no ser posible. Aunque Israel ha debilitado seriamente a la organización, esta aún mantiene una fuerza de combate considerable, lo que la convierte en un enemigo peligroso, especialmente en una guerra que se lleve a cabo principalmente en su territorio. Al mismo tiempo, a medida que Hizbulá instala nuevos líderes, debe decidir si y cómo responder a Israel. Cuantas más represalias tome, más provocará una fuerte acción militar israelí. En resumen, no está nada claro hacia dónde conduce todo esto.
Se puede simpatizar con lo que Israel ha hecho en el Líbano mientras se critica lo que ha hecho y dejado de hacer en Gaza. Hamás, al igual que Hizbulá, es una organización terrorista respaldada por Irán que busca la destrucción de Israel. Pero ahí es donde terminan las similitudes. Hamás es un movimiento de liberación nacional que cuenta con el apoyo de elementos de la población palestina nativa. Hizbulá, en cambio, es un instrumento de la política exterior iraní, con poco apego a las aspiraciones de los pueblos libanés o palestino.
Además, ningún país aceptaría vivir con una amenaza que requiriera que decenas de miles de sus ciudadanos desalojaran sus hogares. Y el gobierno libanés renuncia a algunas de las ventajas normales de la soberanía al no cumplir con la obligación de garantizar que su territorio no sea utilizado por terroristas para atacar a otro país.
Por su parte, Irán reaccionó a estos ataques contra lo que se percibía como su aliado más fuerte, al tomar lo que podría ser el paso fatídico de atacar directamente a Israel. Estoy francamente sorprendido de que Irán hiciera esto, aunque sus líderes pueden haberse sentido obligados a hacerlo para no parecer débiles. O puede que hayan pensado que actuar contra Israel no provocaría una respuesta militar significativa. Pero Irán ahora ha proporcionado a Israel una justificación para, por ejemplo, atacar sitios nucleares y objetivos militares, o incluso instalaciones relacionadas con la energía que son centrales para su economía. Israel demostró que podía hacerlo en abril, tras un ataque fallido con drones y misiles iraníes.
Atacar directamente a Irán es algo que muchos israelíes agradecerían, ya que están cansados de lidiar con sus muchos aliados. Después de años de conflicto indirecto, hay un apoyo interno significativo para “ir a la fuente”, con la esperanza de que hacerlo persuada a Irán de reducir su apoyo a sus proxies. Algunos incluso parecen creer que tales ataques podrían desencadenar sucesos que llevarían a la caída del régimen iraní. A principios de esta semana, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, dijo: “Cuando Irán finalmente sea libre —y ese momento llegará mucho antes de lo que la gente piensa— todo será diferente”.
El cambio de régimen no se puede descartar, aunque está lejos de ser probable, y mucho menos seguro. También está lejos de ser claro qué tipo de gobierno reemplazaría al actual. Es más probable que el régimen actual supere lo que venga, encuentre formas de atacar objetivos israelíes y occidentales en todo el mundo y, lo que es más significativo, acelere sus esfuerzos para desarrollar armas nucleares.
Podríamos estar acercándonos a un punto de inflexión en Medio Oriente. Lo que no sabemos es a dónde podría llevarnos ese giro.
Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, es un consejero sénior en Centerview Partners y autor de The Bill of Obligations: The Ten Habits of Good Citizens (Penguin Press, 2023) y del boletín semanal Home & Away.
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