El trato dado a los rectores de las universidades públicas el viernes, poco antes de la reunión para negociar el Fondo Especial para la Educación Superior (FEES) 2025, dista de ser simplemente lamentable: fue una escena infantil.
Obligarlos, junto con sus acompañantes, a hacer fila desde la 1:30 p. m. hasta las 2 p. m. bajo el sol para registrarse, y luego llamarlos uno por uno, confirmando la información en las cédulas de identidad entregadas poco antes, no puede describirse mejor que con esta frase sarcástica de una asistente a la cita: “Es que están pasando lista”.
Pero eso no es todo. Una vez dentro, debieron aguardar media hora más, algunos de pie, hasta el ingreso a la sala donde se celebró la reunión.
A quienes hicimos carrera a partir de la década de los 90 se nos exigían ciertas habilidades para la convivencia en la oficina, entre ellas la inteligencia emocional. Para Daniel Goleman, impulsor del concepto, la inteligencia emocional no está relacionada con el coeficiente intelectual ni con títulos académicos —ya sean licenciaturas, maestrías o doctorados—, sino con el control de las emociones, la capacidad de trabajo en equipo y el liderazgo.
Como subraya Goleman en su libro La práctica de la inteligencia emocional, “madurez” es la palabra con la cual tradicionalmente nos hemos referido al desarrollo de la inteligencia emocional. Madurez equivale a buen juicio, prudencia y sensatez, justamente las cualidades ausentes el viernes en la Casa Presidencial.
La reunión en Zapote fue solicitada por la ministra Anna Katharina Müller, quien, junto con el presidente, atribuye la manifestación de estudiantes el jueves 18 de julio en la sede del Conare a un complot de los rectores. Independientemente de lo sucedido, la aceptación de la Casa del Pueblo, como denomina el mandatario a la Casa Presidencial, era suficiente para dar por satisfecha a la jerarca, quien, como educadora a lo largo de muchas décadas, debía ser la primera en comprender la importancia de dejar de lado sus resentimientos y centrarse en un acto relacionado con la administración pública, no en un pleito como si fuera una niña de primer grado. ¡Y los profesores se quejan de que los alumnos les faltan al respeto!
Hubo un innecesario tiempo perdido. Al final, aquello no fue negociación, sino imposición. Y como los rectores fueron a convenir, y no a la escuela de la Niña Pochita, el ministro Nogui Acosta, puerilmente, decidió que en el proyecto de presupuesto el FEES del 2025 será igual al del 2024, con un 0 % de aumento. Le tocará de nuevo a la Asamblea analizar el asunto.
La forma de comportarse de la parte gubernamental refleja uno de los más serios problemas con los que se enfrenta la sociedad costarricense: aparte de la incivilidad de ciertos jerarcas, el socavamiento de la educación desde sus bases (escuelas, colegios) hasta la cúspide (universidades).
Sin embargo, debemos pensar como don Quijote, que aunque “todas juntas y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte”, son incentivos para continuar defendiendo al país de los populistas que, ciertamente, son como los tsunamis: lo destruyen todo. A nosotros nos toca que eso no suceda.
La autora es editora de Opinión de La Nación.