Desde hace un tiempo está claro que dos elecciones —una de cada lado del Atlántico— decidirán el destino de la democracia liberal en el 2024: las de junio al Parlamento Europeo y las presidenciales estadounidenses de noviembre. Aunque no se confirmaron los temores de que las elecciones europeas terminaran en una aplastante victoria de los partidos contrarios a la Unión Europea de extrema derecha, la democracia liberal dista mucho de estar a salvo, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Aunque la UE se salvó de lo peor en las últimas elecciones, los partidos de extrema derecha lograron avances significativos, especialmente en los dos Estados miembros de mayor tamaño (en términos económicos) e importancia (política): Francia y Alemania.
En Alemania, el partido de extrema derecha Alternative für Deutschland quedó en segundo lugar y la democracia cristiana —de centroderecha— mantuvo el primer puesto. En Francia, la Agrupación Nacional —de extrema derecha— fue la ganadora, lo que llevó al presidente Emmanuel Macron a disolver el Parlamento y llamar a elecciones anticipadas.
Esa decisión dejó a la Agrupación Nacional en el umbral del poder, aunque se logró evitar el desastre en la segunda ronda electoral. Ganó la izquierda —unida bajo el paraguas del Nuevo Frente Popular—, pero quedó muy lejos de lograr la mayoría. Si el Parlamento se paraliza, lo mismo ocurrirá con Francia… lo que tendría consecuencias fatales para Europa. Alemania no puede avanzar sola hacia el objetivo de garantizar la seguridad del bloque en un mundo más peligroso.
Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, se avecina un huracán: tras una deslucida actuación en el debate de junio, el presidente Joe Biden finalmente decidió abandonar la campaña electoral y refrendar a la vicepresidenta, Kamala Harris, para que tome su lugar en ella... pero Donald Trump está a las puertas; si se confirman los resultados de las encuestas, podría regresar a la Casa Blanca en enero, lo que también tendría consecuencias de gran alcance para Europa (y el resto de Occidente).
Esto no solo afectaría la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, la situación de seguridad crucialmente alterada de Europa, y al futuro incierto de la OTAN, sino que está relacionado con los valores y las instituciones centrales que apuntalan la democracia occidental. Si EE. UU. pasa de ser una democracia liberal a una “iliberal”, muchos en Europa celebrarán esa nueva identidad... además, nunca hay que subestimar el grado en que ese país puede influir sobre los asuntos europeos.
Una nueva presidencia de Trump no sería como la anterior, Trump 2.0 hará todo lo posible para cambiar permanentemente a EE. UU. de una democracia liberal a otra en la que sus propios impulsos autocráticos y autoritarios no tengan freno. No mostrará tolerancia alguna hacia sus enemigos y rivales, ni le preocuparán lo más mínimo la división de poderes y la Constitución. Ya demostró cuán lejos está dispuesto a llegar el 6 de enero del 2021, cuando alentó a sus partidarios a invadir el Capitolio, después de haber intentado anular los resultados de una elección libre y justa durante semanas.
Por ello, el presidente ruso Vladímir Putin no es el único ilusionado con el triunfo de Trump. Todos los nacionalistas de derecha y partidos de extrema derecha también lo están, porque ansían operar esos mismos cambios en sus países.
La manera en que concebimos la democracia liberal occidental —con la división de poderes, elecciones libres y justas, el imperio de la ley, la protección constitucional de las minorías, la libertad de expresión y otros derechos fundamentales— es resultado de las victorias estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Si EE. UU. abdicara de su papel de impulsor y ejemplo líder de esta forma liberal de democracia, todo el Occidente liberal estaría en peligro... y la Europa liberal aún más.
La victoria de Trump fortalecería y envalentonaría a los partidos nacionalistas de extrema derecha en todo el continente, fortaleciendo a Rusia si cesa el apoyo estadounidense a Ucrania. Con Francia ya paralizada, el proyecto europeo quedaría completamente a merced de quienes desean destruirlo. Para quienes valoran a la UE sería prácticamente una pesadilla.
Como quedó demostrado con la crisis ucraniana, el Occidente transatlántico no puede ser derrotado desde fuera, pero sí debilitado y despedazado desde adentro. Si los europeos recaen en el nacionalismo, habremos desperdiciado la última oportunidad de decidir nuestra propia suerte, y garantizar la paz y la libertad para nuestros hijos y nietos.
Dado el cambiante entorno geopolítico —la rivalidad entre las principales potencias, el ascenso del sur global, la debilidad demográfica de las economías avanzadas y las nuevas revoluciones tecnológicas— Europa no tendrá otra oportunidad para incidir sobre el mundo del mañana.
Hay mucho en juego el 5 de noviembre del 2024, día en que los estadounidenses irán a las urnas... el mundo que conocemos en la Europa liberal podría dejar de existir en la mañana del 6 de noviembre.
Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue líder del partido alemán Los Verdes durante casi 20 años.
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