Nicolás Usurpador ha podido tomar otro camino. No es esta una frase especulativa. Ha podido aceptar públicamente la victoria inocultable de Edmundo González Urrutia. Eso le habría granjeado, de inmediato, una actitud, no de simpatía, pero sí de tolerancia. Habría distendido el ambiente en el país y dar paso a un momento de celebración.
A continuación habría cumplido con lo que ordena la ley —reconocer al ganador, sobre todo si ese ganador le duplicó en número de votos— para dar comienzo al proceso de transición, proceso que sería complejísimo, tortuoso, lleno de riesgos, pero guiado por la voluntad del ganador, de reconocer al adversario y de facilitar las cosas hacia una Venezuela en paz. No en vano Edmundo González Urrutia es, más que un político, un ciudadano demócrata formado en las artes de la diplomacia.
Antes de seguir, quiero detenerme y preguntar quién es este Nicolás Usurpador que desconoce su evidente derrota y se declara ganador, con todas las evidencias en su contra. Respuesta: Nicolás Usurpador es un político disminuido. Radicalmente disminuido. Un hombre rechazado, a menudo con virulencia, por la inmensa mayoría de la sociedad.
Un hombre repelido en los sectores populares, como lo demuestra lo ocurrido durante la campaña electoral (el recibimiento apoteósico que María Corina Machado y González Urrutia recibieron en cada punto del territorio alcanzado por su campaña, en contraste con las convocatorias desoladas y exuberantes de Maduro, donde la mayoría de los asistentes eran siempre los mismos guardaespaldas y los mismos funcionarios), a lo que ahora se suman, de forma contundente e innegable, los resultados electorales obtenidos en los centros de votación de los sectores populares, donde también González Urrutia obtuvo una ventaja, muchas veces mayor al doble de los votos.
Derrotado a todo lo largo y ancho del territorio —derrota sin atenuantes, derrota ajena a cualquier argumento que alivie o dé consuelo—, Nicolás Usurpador, protegido por un Consejo Nacional Electoral corrupto, por un alto mando militar corrupto y canalla (listo para usar sus armas en contra de los ciudadanos, como siempre desarmados e indefensos), protegido por una megaestructura de cuerpos armados, encapuchados y vestidos de negro que circulan por el país con el poder ilimitado de secuestrar y desaparecer a ciudadanos, en este caso, por el específico delito de proclamar la verdad —que la voluntad popular se expresó de forma inequívoca, evidente y verificable a favor de Edmundo González Urrutia—.
Nicolás Usurpador ha decidido atrincherarse y destruir la puerta que debía conducirlo a una salida acordada, y a una Venezuela que pudiera recuperar la paz. Nicolás Usurpador ha dinamitado ya las opciones que derivaban del Acuerdo de Barbados y más.
Nunca me olvido de la imagen que alguna vez leí en un artículo de Armando Durán, según la cual el poder chavista era semejante al hueco negro del espacio: cada vez más pequeño, pero cada vez más poderoso. Así es, cada vez más armado, con cada vez más recursos disponibles para espiar, con cada vez más detenidos, con una estructura cada vez más activa en sus prácticas represivas. La escena es nítida y terrorífica: un pequeño grupo armado hasta los dientes que somete a una sociedad entera.
¿Qué viene ahora? La farsa de Nicolás Usurpador por impostar alguna legitimidad. Sabe que el país entero lo ha visto desnudo: sin votos, sin argumentos, con un CNE que ni siquiera sabe escenificar una mentira con las matemáticas correctas.
Lo que viene es que fabricarán unas actas, cuyo rédito no será el que pretende: que alguien crea que son las actas verdaderas, cuando las reales circulan por las redes de todo el mundo. Llamarán a un diálogo de carácter político al que asistirán los alacranes que bien conocemos, que el poder usa como material político de adorno o de simple desecho.
Convocarán nuevas jornadas de reuniones con empresarios —que ya hemos visto en innumerables ocasiones—, en las que les doblarán la cabeza para que declaren a favor de la paz y la convivencia. Inventarán conspiraciones, como están haciendo ahora mismo con el supuesto hackeo al sistema electoral. Obligarán a empleados públicos y trabajadores a reconocer a Usurpador como lo que no es: un gobernante legítimo, víctima de una conspiración.
La decisión de Nicolás Usurpador y de quienes lo rodean ha abierto las compuertas a una discusión que todavía no ha comenzado, pero que no tardará en aparecer: si en Venezuela es posible el cambio político por la vía electoral. Nada menos.
El zarpazo de Nicolás Usurpador no ha sido solo en contra de Edmundo González Urrutia. Ha atentado contra el fundamento mismo del funcionamiento de la democracia, contra su engranaje fundacional, el engranaje que está en el núcleo de la cultura política venezolana.
Ahora mismo no lo percibimos, porque estamos todavía bajo el impacto del despojo a todo un país. Pero la acción de Nicolás Usurpador dinamita la confianza imprescindible en los procesos electorales como herramienta de cambio político. Porque si no podemos confiar en los procesos electorales, ¿entonces en dónde podremos depositar nuestras esperanzas?
¿Acaso es el objetivo, que en el trasfondo se propone Nicolás Usurpador, que la sociedad pierda toda forma de esperanza? Su mensaje es “aquí solo vale la fuerza de las armas, que están bajo mi control total”.
Ya no le importa su desnudez. No le importa que todos sepamos que fue derrotado y que su legitimidad es igual a cero. Su objetivo a esta hora, mientras detienen a ciudadanos que no han cometido delito alguno, uno tras otro, es propagar la idea, el sentimiento, de que no hay nada que hacer, que debemos aceptar, que debemos resignarnos, que debemos declarar nuestra impotencia ante Nicolás Usurpador.
El autor es presidente editor de ‘El Nacional’ de Venezuela.